El Sermón de las Siete Palabras, consiste en las 7 palabras que el Señor Jesús pronunció al momento en que estaba pasando por la crucifixión unas 7 palabras que debían de ser expresadas para que la palabra de Dios se cumpliese de acuerdo a lo que fue dicho en el antiguo testamento. En el siguiente artículo conoceremos sobre cuales fueron estas palabras expresadas por el Señor Jesús y que significan cada una de ellas.
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Sermón de las Siete Palabras
Hermanos, verdaderamente admiro profundamente a estos 2 grandes oradores dominicos que son: el P. Granada, al que en muchas ocasiones se han leído, también al P. Royo Marín, al que muchos han tenido la suerte de poder escuchar con su elocuente oratoria. Estos 2 hombres, como tantos otros, llegaron a predicar la Pasión del Señor acentuando, todo sobre, la justicia reivindicativa de Dios y de igual manera del sufrimiento redentor de Cristo para llegar a devolver la satisfacción al Padre.
Muchas personas llegan a ser de otros tiempos, y se inclinan a pensar más bien como un tipo de teólogo moderno que, llegando a interpretar lo que es la Pasión de Jesucristo, llegan a escribir:
“¡Cuán molesta e inquietante llega a resultar esa sangre de Jesús que, de acuerdo a lo que se dice, nos salva! ¡Cuán indignante llega a ser ese sangriento trato exigido por Dios, ese gran sacrificio necesario para poder apaciguarlo!… Y, sin embargo, ya en lo que es el Antiguo Testamento el creyente llega a descubrir a un Dios diferente, un Dios a quien “no le agrada el sacrificio” como lo dice el libro de Salmo 51:18.
Un Dios a quien “le repugna la sangre de novillos y de machos cabríos” de acuerdo a lo que dice el libro de Isaías 1:12. Y el avance de la Revelación del Antiguo a lo que es el Nuevo Testamento, ¿residirá en el refinamiento del malsano el placer de Dios, que llega a descubrir su gusto por lo que es la sangre de un hombre por medio de su creciente repugnancia por la de los animales?”.
Un hombre llamado Francois Varonne, que llega a ser el autor al que nos estamos refiriendo, dice luego: “Sangre y cristianismo han llegado a hacer buenas migas a lo largo del tiempo. Y esto, se debe a que el cristianismo se ha llegado a extender mucho más desde la actitud religiosa, que llega a afirmar que el hombre débil debe de hacerse valer ante el Dios Todopoderoso para poder obtener sus favores, y debe de pagar un tipo de precio para lograr obtener su perdón.
¿Y qué puede llegar a haber mucho más eficaz que un sacrificio humano? Por esta razón, la sangre y también el sacrificio de Jesús son los que han caído en el más absoluto y en lo más desastroso de los malentendidos. Y esta llega a ser la causa de que muchos son los que rechazan en la actualidad la fe cristiana”.
Ante esto, ¿qué se debe de hacer? ¿Cómo se debe de llegar a predicar la Pasión del Señor? Y el mismo teólogo es el que llega a responder: “La sangre y también el sacrificio de Jesús son los que deben ser sacados del contexto de la satisfacción, para poder aplacar a Dios, y devueltos a su verdadero contexto, que llega a ser el de la revelación, para poder manifestar el corazón de Dios”.
Jesucristo fue la última Palabra de Dios a este mundo, en un tipo de intento supremo de llegar a revelarnos su corazón de Padre por medio de quien mejor lo conocía, es decir, su Hijo. Y, si revelar al Padre llega a ser lo que Jesús hizo en el transcurso de toda su vida, ¿no será esto de la misma manera y sobre todo lo que quiso llegar a hacer en el instante de su muerte?
De esa manera, en realidad, como han llegado a contemplar los Evangelistas sobre la Pasión del Señor, con una mirada muy distinta de todos nosotros. Los relatos sobre la Pasión, en los Evangelios, son los que suponen una clase de contemplación mucho más teologal que de manera pietista.
Como Teologal se puede decir que los Evangelistas han llegado a contemplar la Pasión más en la luz de Dios que en el caso de la luz religiosa del hombre, hasta incluso del hombre de estudio, es decir, un teólogo o un jurista. Por eso, la contemplación de la Pasión que nos llegan a transmitir los Evangelios, llega a ser sobria y no dramática, como en varias ocasiones la presentan los diversos predicadores o la llegan a representar en sus obras los distintos artistas.
Por lo que muchos tendrían que llegar a preguntarse lo siguiente: ¿Qué le hemos llegado a hacer al señor Jesús: ¿una especie de superhéroe del sufrimiento, en el que muchos han llegado a querer ver como el límite de lo que las personas no pueden llegar a alcanzar? ¿Quién llega a ser verdaderamente el señor Jesús:
¿Es ese hombre o héroe supremo, que llega a combatir contra el sufrimiento y contra la muerte más horrible, o él es el Siervo de Yavé, sin gesto, sin grandilocuencia, que ha llegado a entregar su vida al ritmo que las mismas circunstancias le iban marcando, para poder llegar a revelarnos el infinito amor de Dios? ¿Quién llega a ser Jesús muriendo en la Cruz: una especie de superman que atraviesa todas las distintas barreras, hasta incluso la barrera de la muerte, ¿o llega a ser el Rey en majestad humilde, como lo ha podido ver sobre todo el Evangelista Juan?
La mirada de los grandes y distintos Evangelistas ha llegado a ser más teologal que en el caso de humanizante y también de jurídica. Lo cual quiere llegar a decir que han podido ver todo desde el lado divino. El misterio de la Humanidad del señor Jesús llega a ser el misterio sobrecogedor que suele sobrepasar infinitamente lo que es la mirada de la devoción religiosa humanista y toda clase de precisión teológica o jurídica.
Nosotros, quizás por no llegar a ser capaces de poder penetrar hasta lo más profundo en el misterio de la Cruz, hacemos un sentimentalismo o una teología aparentemente elevada que es mezclada de justicialismo. Lo cual llega a desvirtuar la mirada contemplativa y también teologal de aquel Gran Acontecimiento, que llega a ser el núcleo de nuestra fe cristiana que es la: Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Por lo que necesitaríamos llegar a tener la mirada de María al pie de la Cruz: de pié, como la mujer más fuerte, la señora de sí misma, la silenciosa y en todo momento contemplando con gran angustia lo que es la separación que llega a sufrir su Hijo amado Jesús al llegar a verse abandonado del Padre.
Y, como la propia María en esa misma hora suprema, el llegar a actuar nuestra fe y también nuestra esperanza, conociendo en todo momento que lo que allí se encuentra sucediendo es algo más que el sufrimiento atroz que se observa: la Revelación Suprema del Señor Dios, el Nacimiento de algo Nuevo, la Promesa de Dios por fin llega a ser cumplida.
Por lo que tienen mucho que ver entre sí en el Nacimiento de Jesús en la Cueva de Belén y también su Muerte en la cima del Calvario: lo que en ese momento empezó en la hendidura de una roca, aquí es que llegó a su plenitud en lo más alto de otra roca. La única diferencia se encuentra en que los poderosos, que en ese lugar no acudieron a llegar a adorarlo, aquí le estaban ya crucificándolo.
María llega a ser la que, en todo momento guardando de todo en su corazón, llega a unificar aquellos 2 grandes momentos. Por lo que muchos le piden que nos acompañe en la contemplación de la Últimas Palabras de Jesús. “Las Palabras esenciales según lo que dice Martín Descalzo en las que debemos de llegar a descubrir el sentido de cuanto era y de cuanto había llegado a venir a hacer en este mundo, el último y gran tesoro de su vida. Y también de su muerte”.
Las Siete Palabras
Las Siete Palabras de Jesús en el idioma latín conocidas como “Septem Verba” se trata de la denominación de manera convencional de las últimas siete frases que Jesús llegó a pronunciar en el transcurso de su crucifixión, antes de llegar a morir, tal como se llegan a recoger en los Evangelios canónicos. Los 2 primeros, que son el de Mateo y el libro de Marcos, son los que mencionan solamente 1, que es la 4ta palabra de Jesús.
El libro de Lucas llega a relatar unas 3, que son la 1ra, 2da y 7ma. El libro de Juan llega a recoger los 3 restantes que son, la 3ra, 5ta y 6ta. No puede llegar a determinarse el orden cronológico. Su orden convencional llega a ser de acuerdo a la traducción en español de la Biblia de Jerusalén:
- Primera Palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. – Pater dimitte illis, non enim sciunt, quid faciunt (Lucas, 23: 34).
- Segunda Palabra: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. – Amen dico tibi hodie mecum eris in paradiso (Lucas, 23: 43).
- Tercera Palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo Ahí tienes a tu madre”. – Mulier ecce filius tuus […] ecce mater tua (Juan, 19: 26-27).
- Cuarta Palabra: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. – ¡Elí, Elí! ¿lama sabactani? (Mateo, 27: 46) – Deus meus Deus meus ut quid dereliquisti me (Marcos, 15: 34).
- Quinta Palabra: “Tengo sed”. – Sitio (Juan, 19: 28).
- Sexta Palabra: “Todo está cumplido”. – Consummatum est (Juan, 19: 30).
- Séptima Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. – Pater in manus tuas commendo spiritum meum (Lucas, 23: 46).
Su interpretación devocional llega a ser una especie de comparación con los momentos por las que de manera inevitablemente llega a pasar la vida de todo creyente; a la que se suelen sumar todo tipo de exégesis. El mismo texto evangélico es el que le atribuye a estas “palabras” un fin de cumplimiento de las profecías que se encuentran en el Antiguo Testamento: sabiendo que ya todo se encontraba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final (Juan, 19: 28).
Las siete palabras se consideran de particular devoción al momento de ser consideradas como las “verdaderas palabras” de Jesús, una condición que es compartida con ciertas expresiones distintas, las cuales son recogidas a lo largo de todos los Evangelios, que son los que pretenden de citarlas exactas aunque las que son traducidas al griego, excepto una pocas que se transcribieron literalmente en hebreo o en el idioma arameo por los evangelistas y son los que reciben la denominación particular de “ipsissima verba” o “ipsissima vox”.
Primera Palabra
“Padre, perdónalos, porque no Saben lo que hacen.”
Lucas 23:34
Se puede decir que todo inicio justo en el Huerto de los Olivos. Fue en este lugar donde Jesús se dedicó a orar, en medio de la noche, en medio de su consagración pronunció la palabra más entrañable de su corazón que fueron: “Abbá, Padre”. En medio de su “agonía”, que quiere llegar a decir en medio de su combate, el Hijo se había llegado a rendir a lo que es la voluntad del Padre. Y empezó su camino hacia la Cruz, como una clase de epifanía progresiva, como una especie de manifestación de su señorío como el gran Mesías el Salvador, y como una gran revelación del corazón amoroso de Dios.
En el mismo Huerto del Getsemaní, al llegar a decir “Yo soy”, Jesús fue cuando manifestó ser el Hijo de Dios, y cuando la autoridad romana quien era Poncio Pilato le presentó ante la muchedumbre amotinada con todas aquellas palabras: “Ecce Homo”, quedó muy en claro que era también el Hijo del Hombre. En la Cruz, por lo tanto, iban a quedar clavados el Hombre y Dios.
Sobre aquella misma Cruz sublime Pilato había llegado a escribir: “Jesús, el Nazareno, Rey de los judíos”. El mismo se encontraba escrito en las 3 lenguas que en ese entonces eran más conocidas las cuales se trataban de:
- Hebreo
- Latín
- Griego
De esta manera, aún sin llegar a saberlo, el Procurador romano era el que daba a entender que Jesús era verdaderamente el Rey universal. El cual fue rechazado por todos, este era el que había llegado al Calvario.
La Primera Palabra que el señor Jesús le dirige a su Padre es: “Padre, perdónalos…” Se encuentra orando con la oración que a todos nos llegó a enseñar y practicando lo que en muchas ocasiones había llegado a predicar: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian” Esto lo puede llegar a ver en el libro de Lucas 6:27-35.
Jesús en sus últimos minutos de vida nos recuerda esa clase de oración que va apelando al corazón de Dios que Él en todo momento llegaba a conocer mucho mejor que nadie: “Padre, perdónalos”. Jesús toca al corazón de Dios, al misterio tan insondable de su paternidad, a su amor gratuito, el amor absoluto. Esta clase de oración en lo alto de la Cruz es la que nos revela, a la vez el gran amor de Jesús por todos nosotros y también el amor del Padre.
En este mismo momento en que el hombre llega a ser digno de todo tipo de castigo Jesús se lo había dicho a las hijas de Jerusalén, Dios, siempre siendo fiel a su amor, hace de la entrega de su propio Hijo razón insondable de salvación y también de misericordia. Jesús, que en medio de su agonía en el Huerto se había llegado a rendir a la voluntad del Padre, el cual quiere ganar ahora el combate junto con el Padre. Ya que él conoce su corazón, infinito en misericordia.
En esta clase de oración nueva se atreve a llegar a decirle a Dios que los que le están crucificando “no saben lo que hacen” y, una vez más olvidándose de sí mismo y de su gran dolor pide el perdón para todos ellos y toda la humanidad: para los jueces que le han llegado a condenar, al igual que para los soldados que le han llegado a crucificar, incluyendo a la muchedumbre que a grandes gritos pidió su muerte, para ti e incluso para mí.
Jesús conoce muy bien que, si llega a ser grande el pecado del hombre, mayor llega a ser la misericordia del Padre. Y aquí, en esta misma agonía, en este gran combate en forma de oración, Jesús ha llegado a salir vencedor. El Padre, a quien el Hijo en medio del Huerto de los Olivos se rindió por su amor y que aceptó el camino de la Cruz, se encuentra ahora indefenso ante la oración suplicante de su amado Hijo.
El Padre de los Cielos ama al Hijo y, ante la súplica que éste le está dirigiendo a favor de todos los hombres de quienes se ha llegado a hacer solidario hasta en el pecado como lo llega a decir el libro de 2 Corintio 5:21, toda la santidad divina que llega a rechazar absolutamente el pecado, retorna al misterio eterno de su eterna fidelidad, de su misericordia. Ahora el Padre no llega a mirar al hombre tal como éste suele ser, sino que le mira tal como llega a ser amado en el corazón de su Hijo.
Definitivamente, el hombre debe de llegar a renunciar a la justificación por sus propias obras, por su propia ley o por su propia bondad. Únicamente en la oración confiada del señor Jesús obediente al Padre hasta la muerte, y en el “Sí” que el Padre nos ha llegado a otorgar en Cristo, tenemos el pleno perdón, justificación y también redención de todos nuestros pecados como se encuentra escrito en el libro de Efesio 2:4-10, por lo que tenemos una alianza eterna con él.
Más que nunca, en la Cruz de Jesús y también desde su Primera Palabra, se nos ha llegado a revelar el corazón amoroso del gran Dios que tenemos, al igual que del Hijo y del Padre. Esta ha sido la primera palabra que el señor Jesús llegó a exclamar estando colgado en la cruz del calvario, por el perdón de todos nuestros pecados.
Segunda Palabra
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
Lucas 23:43.
Ahora bien, por medio de su imaginación, colóquese a cierta distancia del Calvario. Sobre un firmamento que es color gris, se divisan las 3 cruces, de las que llegan a colgar los 3 ajusticiados. Jesús llega a ser el que se encuentra en el centro. Hacia Él llegan a mirar los otros 2 que lo acompañan. El apóstol Lucas, quien es conocido como el evangelista de la misericordia, ha ubicado esta clase de escena aquí, en el Calvario, en el momento más cumbre de la Historia de la Salvación.
Jesús, como llega a ser el revelador del Padre, antes de llegar a morir, nos va a manifestar lo que es el núcleo de su misión y también del mensaje que el Padre le había llegado a encomendar: La Buena Nueva de la Gracia.
Esta clase de escena se llega a prestar para ser entendida en un tipo de sentido superficial. Por lo general nos detenemos en lo que es anecdótico: cómo en que el señor Jesús llega a ser insultado por los 2 malhechores que están crucificados con Él, y cómo 1 de ellos, dando un giro de unos 80 grados en el último momento, se llega a atrever a orar al Señor Jesús pidiéndole el Reino.
Es justo que, ante el dolor tan horrible de todos aquellos crucificados, se haga esta clase de lectura humanista y también sensible. Sin embargo, hay algo más. Aquí se nos llega a revelar de una forma mucho más radiante que éste que está muriendo entre los 2 malhechores ha venido a juzgar al mundo entero, y lo hará con un tipo de juicio de misericordia.
Él es verdaderamente el Hijo del Hombre, el que debe de venir con el poder y también con la majestad de Dios. Ante Él es que el buen ladrón llega a hacer una solemne confesión de fe en donde dice: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino”.
Este es el hombre que reconoce en Jesús al Hijo del Hombre del Apocalipsis, que llegará a juzgar al mundo entero. Este malhechor llega a pertenecer al Resto de Yahvé, a todos los pequeños, a todos aquellos pecadores que saben que el juicio último del Señor Dios sobre la Historia se va a realizar en este Siervo humilde, que la gran Buena Nueva ya ha llegado, que el tiempo de la Gracia se encuentra en este momento, que Dios no viene para llegar a destruir, sino más bien para salvar.
En la muerte del señor Jesús se comienza el juicio último de Dios. Y al buen ladrón se le dieron los ojos para poder contemplarlo como el juicio de la misericordia. Por eso mismo, es que pudo escuchar esta palabra de Jesús que dijo: “Hoy estará conmigo en el Paraíso”.
Es necesario que todos nosotros lleguemos a escuchar y podamos entender verdaderamente estas mismas palabras con toda la fuerza y con gran seguridad con que Jesús las llegó a pronunciar en ese momento: “Yo te aseguro”. En ellas se llega a manifestar la autoridad del señor Jesús, su pretensión de llegar a tener la última palabra sobre el hombre. En este preciso momento Jesús llega a dar testimonio igualmente de Sí mismo, de que Él posee la llave del Paraíso.
En la Cruz, verdaderamente, se llega a resumir toda la Historia de la Salvación de Jesús. Lo que un hombre por su gran rebeldía cerró para todos los seres humanos, por la obediencia de este gran Hombre la misericordia del Padre lo ha vuelto a abrir para todos los seres humanos de este mundo: el Paraíso. Y “hoy mismo”, es aquí mismo.
La humanidad ha llegado a quedar restaurada y también el Paraíso de nuevo llega a ser ofrecido a todos los hombres. ¿Cómo se puede realizar esto? Aquí se encuentra lo más sorprendente del caso: Dios solamente pide al hombre la fe.
Por lo que podemos llegar a fijarnos muy bien en esta clase de escena del Calvario. Junto a la Cruz del señor Jesús que existen unos 2 hombres crucificados junto a él. Ninguno de los 2 tiene obras o méritos que sean adquiridos, sino más bien es todo lo contrario a esto. Son unos malhechores, los propios representantes genuinos de la humanidad. Uno de ellos es el que llega a insultar al señor Jesús; el otro es el que reconoce su pecado y le dice: “Nosotros estamos aquí con razón, porque nos lo hemos merecido con lo que hemos hecho”.
En estas 2 mismas figuras es que encontramos el misterio insondable del corazón del hombre: la luz y las tinieblas, fe y la incredulidad, la libertad para poder decidir entre lo uno y lo otro. Uno de estos malhechores es el que prefiere llegar a quedarse en las tinieblas. El otro, al ver morir al señor Jesús, encuentra la luz y por lo que le suplica, con fe, gran misericordia para él.
Jesús, mirándole seguramente con una gran e inmensa ternura, ve en él un pequeño, a uno de los suyos, al verdadero pobre de los que Él había antes dicho que es el Reino de los cielos lo puede ver en el libro de Lucas 18:16, ve a un pecador, a quien se le había llegado a dar a escuchar el Evangelio de la Gracia.
Lo primero, hermanos, es llegar a reconocer el propio pecado, además de aceptar la pobreza radical, la propia miseria. A los que de esa manera actúan el señor Jesús le regala el Reino. Así lo había llegado a predicar en su vida, y de esa manera se encuentra predicando y ejerciendo en el momento de llegar a morir.
Hablando con gran propiedad evangélica, Dios no requiere de nuestras obras para poder salvarnos. Ahora el señor Jesús es el que da testimonio, el testimonio último y el más definitivo, la gran revelación suprema, de que Dios es el que quiere llegar a salvar a todos los hombres por pura gracia. “Por gracia hemos sido salvados”, estas son palabras expresadas por el Apóstol Pablo en el libro de Efesio 2:5.
Aquí se encuentra el Rey, actuando desde la propia Cruz. Tiene las llaves para poder abrir y también cerrar. Desde la Cruz él llega a ofrecer su Reino, el Paraíso del Padre, a todos los hombres. Sin embargo, solamente los pobres, al igual que los pecadores que verdaderamente se humillan, han visto en Él al gran Rey. Él reina sobre todo el pecado perdonando, lo mismo que reinará sobre la muerte de la cual ha resucitado y vencido.
Jesús, y de una manera muy radiante en esta escena del Calvario, en el diálogo que él mantiene con el Buen Ladrón, se ha podido revelar el gran poder mesiánico de Dios como la gracia. Los hombres esperábamos un Dios que llegase a hacer justicia reivindicativa y muy exacta, un tipo de juicio apocalíptico a favor de todos los justos y también de los buenos, y un gran juicio de condena para todos los pecadores. Por eso es que resultó tan extraño el mensaje de Jesús.
El hombre justo, al igual que el fariseo de aquel tiempo, se llegó a escandalizar de que el señor Jesús comiese con algunos de los pecadores y les ofreciese el banquete mesiánico a los señalados con el dedo, al igual que a los publicanos. ¿No fue ésta una de las muchas razones por la que los fariseos le llegaron a pedir a Platos su muerte?
Los fariseos llegaban a ser los representantes del judaísmo de la Ley, de la religión que es oficial, de los buenos, de los llamados practicantes del culto en el Templo. Ellos eran los representantes del corazón “religioso” del hombre, que en todo momento es el que busca poder justificarse delante de Dios.
Ellos siempre buscaban su seguridad en cada una de sus obras, en el cumplimiento de lo estricto de la Ley. En realidad, el fariseo es aquel que representa lo más íntimo del corazón del hombre, de su propio corazón, que suele llegar a actuar de esa manera. Porque todo tipo de ser humano necesita de llegar a tener una imagen que sea correcta de sí mismo y de esa forma autoafirmarse a los ojos de Dios y también de sí mismo.
Jesús es quien establece el juicio definitivo: que el Paraíso Dios lo llega a regalar por la gracia. Y que aquel ladrón lo había llegado a entender. Nunca ningún tipo de ladrón ha llegado a ser mejor ladrón. Este fue el que arrebató a Dios el Paraíso, simplemente con un simple acto de fe, con una gran mirada de confianza. ¿Por qué se le llama a este el buen ladrón?
Nos encontramos en el núcleo del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo lo llega a explicar maravillosamente en su carta a los Efesios. ¿Seremos acaso capaces de poder construir nuestra vida humana y también nuestra vida espiritual sobre el Evangelio de la Gracia? ¿Y qué el llegar a decir de la hora de la muerte? ¡Si al menos tuviéramos en ese momento la lucidez y también la fe del buen ladrón!
Que nadie llegue a mal interpretar cuando se llega a decir estas cosas. Quien llega a creer que con lo que se está mencionando se está proponiendo una vida mucho más fácil o tibia, es que no sabe lo que verdaderamente es al amor. Lo mismo quien llega a medir la obra de Dios desde su propio esfuerzo y desde sus virtudes humanas tampoco sabe lo que llega a ser el amor.
El cristiano no es bueno para que Dios le dé de la Gracia, sino que trata de ser bueno por el gran agradecimiento que tiene hacia Dios por el don de la Gracia. “Dios nos ha amado primero, incluso cuando éramos pecadores” esto lo dice el libro de Romanos 5:8.
Sólo el pobre, el que posee un corazón de niño de acuerdo a lo que el Evangelio dice, llega a ser capaz de comprender esta clase de escena del Calvario. Por eso mismo, alguien ha llegado a decir que “la vida de un cristiano llega a ser el de aprender a ser un buen ladrón, un buen pecador” (Javier Garrido), esto quiere decir, un pecador verdaderamente arrepentido.
Tercera Palabra
“Mujer, ahí tienes a tu Hijo… Ahí tienes a tu madre”
Juan 19:26.
Y ahora en este momento, ¿comenzará ya Cristo a tener que ocuparse de sí mismo? En la primera de sus palabras ha llegado a revelar a todos los hombres y les ha dado la promesa del perdón. En la segunda ha llegado a demostrar que el perdón llega a ser un don gratuito de parte de Dios, al dárselo a un bandolero. ¿No es ya tiempo de poder olvidarse de cuanto le rodea y dedicarse a su dolor que se encuentra pasando en ese momento?
No, la revelación del gran amor que tiene debe de continuar hasta el final. A Jesús aún le faltaba el mejor de sus regalos a toda la humanidad. El, que nada tiene, estando desnudo sobre la Cruz, tiene todavía algo tan grande: una madre. Y se dispone a llegar a entregarla. Esto se encuentra en el libro del apóstol Juan quien es el que nos transmite esta tercera palabra.
A esta hora se ha ya alejado un gran número del grupo de los curiosos. Gran parte de los enemigos igualmente se ha ido del lugar. Quedan solamente los soldados de la guardia y el pequeño grupito de los fieles a Jesús. Eran la Iglesia naciente, que se encontraba en ese lugar por algo mucho más que por unas simples razones sentimentales. Estando unida a Jesús, de pié junto a la Cruz, se encuentra su madre la virgen María, unida no sólo a sus dolores, sino que también a su misión.
La escena llega a recordar a las bodas de Caná. La idea profunda de Juan suele ser ésta: María no aparece hasta este preciso momento de la “Hora”. A ella se le ha llegado a pedir el sacrificio del Hijo en el transcurso del tiempo de su predicación por todos los caminos de Palestina. La alejada por el Hijo en los años de su gran misión, llega a ser ahora traída aquí por Él mismo al primer plano de esta gran escena de su pasión.
Jesús tiene su puesto en la obra salvadora, asociada a su misión. Aquí entra en la misión del Hijo con la que el mismo oficio que tuviera en su origen: el de una madre. El sentimiento más natural que generalmente a todos los llega a embargar al contemplar esta clase de escena, es que el señor Jesús, como el Hijo más amante y el más delicado que nunca haya existido, al morir no quería que su madre quedara sola y confiaba su cuidado a su discípulo amado quien era Juan, su mejor amigo.
Si esto llegase a ser de esa manera, Jesús, al tomar de nuevo lo que es la palabra en la Cruz, se habría dirigido en primer lugar a su discípulo. Sin embargo, no lo hizo de esta forma, sino que se dirige primero a la Madre, a la que llama “mujer” y le dice: “Ahí tienes a tu hijo”. Después se dirige al discípulo y le dice: “Ahí tienes a tu madre”.
¿Qué le interesa en primer término al señor Jesús todo esto? El llegar a revelar la maternidad universal de la virgen María y llegar a entregar a su Madre para que ella en todo momento fuese la madre de muchos, la madre de la Iglesia (católica) y de toda la humanidad, con la que Él, en su propia Encarnación, se había llegado a hermandar. Juan, el discípulo amado que llegó a recibir a María en su casa, es el que representaba a todos los hombres.
El último regalo que el señor Jesús le hizo a la humanidad antes de llegar a morir, fue este, siendo la gran tarea que encomendó a su madre María. Fue como una especie de segunda anunciación. Hacía unos 30 años que un ángel la invitó a entrar en lo que eran los planes de Dios. Ahora, no era ya un ángel, sino más bien su propio Hijo, era el que le anuncia una tarea un poco más difícil si cabe destacar que consiste en:
Recibir como sus hijos de su corazón a todos los hombres del mundo, incluso a los que matan a su propio Hijo. Y ella simplemente acepta, actuando de nuevo con su fe, y diciendo, ahora silenciosa, “hágase”, mi Señor. Es de ahí que el olor a la sangre del Calvario empiece extrañamente a tener un tipo de sabor a recién nacido.
De ese momento que llega a ser muy difícil saber si ahora suele ser más lo que muere o lo que nace; de ahí que no logremos saber si estamos asistiendo a una especie de agonía o a un parto. ¡Hay tanto olor a la madre y también a engendramiento en esta dramática tarde…! Que María, la Madre, llegue a dar dé los ojos para poder ver y de fe para poder lograr entender estos acontecimientos.
Todo esto, en el caso de la Tercera palabra del Sermón de las Siete palabras de Jesús llega a ser más explícitamente por parte de la iglesia católica, ellos son los que consideran a la Virgen María como la madre de la iglesia la madre de muchos.
Cuarta Palabra
“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me Has abandonado?”
Marcos 15:34.
La muerte del señor Jesús se encontraba muy cerca ya. Serían más o menos como las 3 de la tarde. Con el grupo de los más íntimos, que apenas llegaba a quedar alguien en la cima del Calvario. En torno a la Cruz había incrementado la soledad. Jesús se encontraba verdaderamente solo. Todos llegan en algún momento de su vida a morir solos, incluso cuando se encuentran rodeados de amor.
En lo más profundo de su interior, mientras agoniza está solo, en lo que es el último combate. Sin embargo, existe una clase de soledad que ningún hombre ha podido conocer, la cual sólo Jesús la conoció. Una clase de soledad a la que hay que llegar a acercarse con temor, porque nada existe que sea más vertiginoso. Y es lo que se nos está revelando en esta Palabra del Crucificado.
Llega a ser una Palabra muy desconcertante. Una Palabra que en el transcurso de muchos siglos ha conmovido a todos los santos y hasta incluso ha trastornado a los grandes teólogos. No fue una simple frase, fue una frase dolorida, sin embargo, serena, como las demás Palabras de Jesús. Fue un grito, un grito que iba a taladrar la historia.
Un gran silencio había ya en ese momento en el Calvario. Y fue entonces cuando el señor Jesús, haciendo un gran e inmenso esfuerzo y llenando de aire sus pulmones que para ese momento ya se encontraban agotados, gritó con voz fuerte: “Elí, Elí, lama Sabactani? Que quiere decir en su traducción: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
El Evangelio del señor llega a decir, efectivamente, que nuestro amado señor Jesús gritó. ¿Por qué es que gritó? ¿Acaso vino sobre Él algún tipo de tormento agregado al que ya se para ese momento estaba presentando o aconteciendo y que ya le estaba matando? Cristo había llegado a sudar gotas de sangre en el Huerto de los Olivos sin necesidad de llegar a gritar por eso.
Había llegado a soportar lo que es la flagelación sin tener que gritar. Había llegado a sufrir durante todo este tiempo sin gritos el taladro de sus manos y también en sus pies. ¿Por qué es que grita ahora? Sólo le falta lo más fácil para toda persona que se encuentra en esa misma situación: simplemente terminar de morir suavemente. Y, sin embargo, el grita.
“¡Oh, palabra fatal!, llega a comentar un teólogo. ¿Por qué has sido pronunciada? ¿Por qué no llegaste a ser capaz de ser retenida dentro del pecho del señor? ¿No sabía Cristo que muchos la usarían contra Él mismo…, para llegar a negar su divinidad?” (esto lo llega a decir Journet).
¿Entienden ustedes algo de esto? Yo no entiendo casi nada. Porque, efectivamente, ¿cómo pudo el Padre llegar a abandonar a su propio Hijo, silos 2 son un único Dios? ¿Cómo pudo llegar a alejarse la divinidad, si se encontraba unida a la humanidad hasta poder formar en Él 1 solo ser? ¿Puede acaso el Hijo de Dios llegar a quedarse sin Dios, cuando llega a ser substancialmente uno con el Padre?
Muchos son los que dirán que no entienden nada de esto. No obstante, el señor Jesús si llega a decir que el Padre le ha abandonado, es porque en verdad Él en ese mismo momento llega a experimentar ese tipo de abandono. De una manera que tal vez o quizás todos los seres humanos nunca llegarían a entender, sin embargo, que Él si fue el que experimentó esa clase de lejanía verdadera.
¿Cuál llegó a ser la dimensión y también el sentido de esta clase de lejanía? Aquí se encuentra la clave para poder comprender el misterio que Jesús llega a revelar con esta Palabra: Cristo se encuentra llevando hasta el final su obra de la Salvación, el hecho de su Encarnación. Se encuentra descendiendo hasta los denominados “infiernos”.
Sin embargo, ¿qué quiere llegar a decir la palabra “infiernos”? En el Credo latino se llegaba a decir desde tiempos anteriores: “Descendit ad inferos”.E “inferus, a, um” que esto significa o queire decir “las profundidades”. Jesús, en estos mismos momentos de sus últimos minutos de vida, cuando ya le llega a tocar el momento de su muerte, se encuentra descendiendo a las profundidades de la condición humana tal como lo existe en la realidad, para de esa manera poder llegar a asumirlo todo y también de llenarlo todo de vida y de la misma manera de resurrección.
En este descenso se encuentra con todos los dolores, además de con todas las deformaciones de la obra original del Señor Dios y, por, sobre todo, con los pecados del mundo entero. Y ¿qué tiene de extraño que llegase a experimentar que el Padre se alejara de Él, si Dios no puede llegar a convivir ni con el mal ni tampoco con el pecado?
El Hijo tenía que llegar a ser consecuente con lo que era la obediencia que debía al Padre. Y, aunque llegó a experimentar todas las clases de miserias y todas las consecuencias de los diversos pecados de los hombres, sus dolores no llegaron a ser de un pecador, sino más bien de un salvador y también purificador. La Pasión del señor Jesús llegó a ser el último tramo de su Encarnación, de lo que es su descenso hasta las profundidades de lo humano.
Y, por eso, es que fue una Pasión muy luminosa, no desesperada. Más todavía, como lo llega a describir Journet, el sufrimiento luminoso de un Dios que llega a morir por todos nosotros el cual llega a ser todavía más desgarrador que el sufrimiento de un ser desesperado. Porque sólo a él suele ser dado el medir plenamente el abismo que separa lo que es el bien y el mal, la presencia de Dios y lo que fue su ausencia, el amor y también el odio, el sí dicho a Dios y su negación.
Ahora llega a ser cuando, en verdad, el sin – pecado se hace verdaderamente 1 de nosotros. Como bien lo llega a decir el apóstol Pablo: “A aquél que no había conocido el pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, a fin de que nosotros nos hiciéramos justicia de Dios en él” (2 Corintio 5:21). Jesús, por la gran obediencia al Padre y también por amor a todos nosotros, ha llegado a tocar fondo en su Encarnación.
El uno y también el otro llegan a conocer que el destino del hombre, de todo el hombre, llega a ser Dios y no quieren que este se pierda. Y el Hijo, para poder devolver el hombre a Dios, se ha sentido tan terriblemente solo, separado del Padre en lo más profundo de sí mismo en su alma. Por eso es que grita.
Porque este tipo de dolor llega a ser mucho más agudo que todos los de la carne juntos. Sin embargo, su grito no suele ser de desesperación. Sino que se trata de una especie de queja acerante, sin embargo, amorosa y segura. Es una clase de oración. De hecho, toma sus palabras del libro de Salmo 21, que es un salmo de llanto, sí, no obstante, también de esperanza: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Hermanos, en este momento gritémosle ahora todos nosotros al señor Jesús, en el silencio de nuestro corazón, siempre diciéndole: Gracias, Señor, porque ese mismo grito tuyo ha podido llegar en este día o en esta hora hasta mi vida. Penetra con tu Santo Espíritu en mi profundidad. Asume todo lo que en ese lugar se encuentre, igualmente el pecado, y por favor devuélvenos al Padre.
Quinta Palabra
“Tengo sed”
Juan 19:28.
Es ésta misma Palabra llega a ser la palabra más radicalmente humana que Jesús pudo llegar a pronunciar en la Cruz del calvario. Al llegar a oírla, una persona puede entender que el señor Jesús se encontraba muriendo de una muerte real, que el que se encuentra en la Cruz llega a ser un hombre, y no un tipo de superhombre que no llegaría a conocer la muerte, o una clase de fantasma que no la llegase a sentir con toda su crudeza. Aquí es cuando se nos revela con todo el realismo la clase de humanidad del señor Jesús.
La sed llega a ser uno de los más terribles tormentos que se le aplicaban a los crucificados. Cuando se pierde una gran cantidad de sangre en el cuerpo, se experimenta de manera seguida el tormento de la sed. El agua, que es un líquido que forma parte de la célula en proporción al 60 o 70 por ciento, cuando se llega a perder sangre pasa por una especie de ósmosis al torrente circulatorio para poder hidratar el plasma sanguíneo.
Esto se produce, de forma natural, la deshidratación de todos los tejidos y de pronto se comienza a experimentar lo que es el fenómeno de la sed. Jesús había ya perdido una gran cantidad de sangre:
- En el Monte Getsemaní
- En la Flagelación
- Con la Corona de Espinas
- En el Camino del Calvario con la Cruz a Cuestas
- En la Crucifixión.
Fueron muchas las veces que estuvo derramando su sangre preciosa. En lo alto de la Cruz se iba igualmente desangrando poco a poco. No llega a ser nada extraño que suplicara por un poco de agua. Uno de los soldados, el cual fue conmovido, moja una esponja en un jarro de posca, con una mezcla de vino agrio, de vinagre y de agua, que ellos siempre tenían para su propio alivio, y se la acerca a los labios del señor, entre tanto que otro le dice riéndose:
“Deja, veamos si viene Elías a salvarle”. Y así se cumplía otro de los pasajes bíblicos del libro de los Salmos que dice: “En mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 68:22).
Jesús ha llegado a mostrar lo que es toda su completa humanidad al llegar a suplicar por un poco de agua para saciar su sed, como cualquier otro agonizante más. ¿Sin embargo, no estaría él hablando de otra clase de sed? ¿Una Sed de mucho amor, una sed de gran comprensión, una clase de sed de salvación…? ¿No llega a ser ésta la sed de la justicia a la que Él mismo durante sus muchas enseñanzas llegó a aludir en las Bienaventuranzas? (de acuerdo a lo que dice el libro de Mateo 5:6).
En cierta manera, es verdad. Jesús llega a experimentar en sus últimos momentos, dentro de su gran corazón que ya se encuentra cansado por este largo camino, el drama de poder ver su oferta de la salvación despreciada, de saber desde mucho antes que, para muchos, todo este gran dolor iba a ser inútil.
Hubiera querido siempre poder atraer a todos hacia Sí, como Él había llegado a decir en el libro de Juan 12:32, sin embargo, muchos pasarían de largo ante Él, sin llegar a darse cuenta de que, el que ahora pide por un poco de agua llega a ser para todos “la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna” Juan 7:37.
Sexta Palabra
“Todo está consumado, todo está cumplido”
Juan 19:30.
La sexta Palabra de Cristo llega a ser el grito del triunfador, del corredor que llega a lo que es la meta final, o sencillamente del Hijo que ha podido cumplir con la voluntad del Padre. ¡Lo había dicho en muchas ocasiones! “Yo he bajado del cielo para hacer, no mi voluntad, sino la del que me ha enviado” libro de Juan 6:38. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” también lo puede encontrar en el libro de Juan 4:34.
Dios llega a ser el Dios Vivo. Es vida y también el dador de la vida. Dios llega a ser el que da y se da: en la Creación, al igual que en la Encarnación, en la Eucaristía y también en la plenitud del Cielo. A lo largo de toda su vida, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nos lo llegó a ir revelando y, por eso, con unas palabras humanas, le llamó Padre. Al asumir por completo nuestra humanidad en su Persona divina, llegó a irnos introduciendo en su divinidad, en la misma Trinidad de Dios, y nos dijo que le llamáramos a él señor Dios Padre.
Ahora, el señor Jesús ha llegado hasta lo que son las puertas de la muerte. No es que Dios llegase a querer la muerte o que necesitara de la muerte para su hijo amado, y menos una forma tan cruel. Ni la muerte necesitara del buen Jesús, el Salvador, el hijo amado ni tampoco la muerte de nadie. A Jesús le llegaron a matar fueron sus enemigos, los enemigos de Dios tal como Él lo había llegado a revelar con sus palabras y también con su vida.
No aceptaban a un Dios que estuviera tan cercano, tan humano, tan Padre, ni tampoco aceptaban que Él fuera su Hijo y que nos hiciera a todos nosotros sus hijos. En el fondo, llega a ser mucho más fácil tener un Dios lejano y que sea majestuoso, a quien se le lleguen a ofrecer sacrificios y se le tenga muy bien aplacado y tranquilo, que tener a un Dios muy cercano a nosotros, en la cual cuya presencia podamos vivir y a quien tenemos que llegar a agradar continuamente.
Por eso es que los que rechazaban esta gran revelación de Dios mataron al señor Jesús, el Revelador. “Maldito el que cuelga de un madero”, decían las Escrituras en el libro de Deuteronomio 21:23. Y para que nadie llegara a creer en Él, ni entonces ni nunca, le llevaron a la Cruz.
Ahora, a punto de llegar a morir, en esta precisa sexta Palabra, Jesús, la última y también definitiva Palabra de Dios al mundo, puede llegar a decir: “Todo está cumplido”. Todas las profecías sobre Él se han llegado a realizar. Sin embargo, sobre todo, Él ha podido realizar la obra que el Padre le había llegado a encomendar:
Revelarnos que existe un Dios, que es el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que el Padre llegó a crear todo lo que existe por su Hijo (Juan 1:3) y todo era bueno (Génesis 1:31). Que, a lo largo de los tiempos, “habló de muchas formas a nuestros padres… (Hebreos 1:1-2). Y, por fin, en la plenitud de los tiempos, nos ha llegado a hablar a través de su amado Hijo, hecho como uno de nosotros. Este Hijo nos ha llegado a hablar con las palabras como las nuestras y con una vida que es igual que la nuestra.
Y también, ¡así llegan a ser las cosas de Dios!, nos ha hablado del Plan de Dios sobre todos nosotros con la palabra más fuerte de todas: la muerte. Nunca llegó a hablar tan claro el señor Jesús de Dios al hombre como cuando se quedó mudo estando en la Cruz del Calvario. Todo se encontraba consumado con su vida.
Sin embargo, quedaba terminar de consumar lo que es la revelación con la misma muerte. La muerte del señor Jesús no fue para llegar a aplacar a Dios, a quien le sobra lo que es la paternidad y el amor para poder perdonar, sino para llegar a animar y también consolar a todo hombre que viene a este mundo.
Dice la carta a los Hebreos realizada por el apóstol Pablo en un texto que dice: “Así como los hijos (de los hombres) participan de la sangre y de la carne, así también Él participó de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hebreos 2:14-15).
Séptima Palabra
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Lucas 23:46.
Ésta llegó a ser la última Palabra del señor Jesús. La palabra más suave, la más dulce que podía llegar a habernos enseñado para el momento de él morir. El hombre teme a la muerte, y por eso se llega a pasar la vida huyendo de ella. No obstante, para el que cree en el señor Dios, para el que contempla y también escucha al señor Jesús muriendo, morir no llega a ser nada trágico, no es saltar en el vacío, ni tampoco entrar en una noche sin fin.
Los hombres suelen creer que morimos, que perdemos la vida. Y lo que verdaderamente ocurre es sólo lo que le ocurrió a Jesús: que ponemos la cabeza en su lugar, en las manos del Padre de los Cielos. Decía un famoso llamado Eugeueni Evtushenko, el gran poeta ortodoxo ruso:
“Cuando una persona fallece, Dios acaba de amasar lo que es su existencia para la eternidad… Y en las manos de Dios… no se llega a perder ni una lágrima, ni tampoco un esfuerzo, ni una ilusión, ni siquiera un sufrimiento, ni un instante de la vida…”. Nada se llega a perder en las manos de Dios, y mucho menos después de la muerte de su hijo amado Jesús.
Jesús llega a morir tranquilo. Inclina su cabeza en las manos del Padre y en ese momento regala a los hombres su Espíritu. De esa manera lo ha visto el apóstol Juan. Este Espíritu de Jesús es el que continuaría su obra en el tiempo, haciendo todo nuevamente: nueva lo que es la relación con Dios, como hijos en el Hijo; un nuevo culto y la oración, no en la angustia sino más bien en la alabanza; nueva la vida entera, siempre construyendo su Reino en lo que es el amor; una nueva muerte, entendida no como si se tratase del final sino como la cuna de la vida, que ya llega a ser eterna.
“Padre”. Jesús quiso de verdad terminar su vida pronunciando nuevamente la palabra más querida de su corazón, se trata de la palabra que resume su mensaje al mundo: “Abbá, Padre”. Porque Dios es el Padre, el cual se dedica a ser Padre, llega a ser sólo Padre, sobre todo Padre. He aquí la gran revelación del señor Jesús.
Dios siempre llegó a ser Padre. Sin embargo, desde que Jesús le llamó así, viviendo en nuestra vida y también muriendo por nuestra muerte, lo sabemos mucho mejor ahora. Para eso es que vino al mundo. Ninguna clase de objeción es la que cabe ya contra lo que es la existencia y también la bondad de Dios viendo cómo es que vive y como es que muere Jesús.
Para eso es que realmente vino el Hijo de Dios al mundo: para que ninguna persona se sienta fuera de la paternidad de Dios. Nadie, ni en el gozo, ni tampoco en el dolor, ni siquiera en la vida ni en la muerte. Quitad esta clase de revelación de Dios como Padre, y nada le va a quedar al Evangelio. Ponedla, y todo el mensaje del evangélico va a adquirir su sentido. Más todavía, quitad lo que es la revelación de Dios como Padre, y toda la vida se llega a hundir en el absurdo.
Obras Musicales
Existen en el mundo cantidad de obras musicales referentes al Sermón de las Siete Palabras de Jesús. Entre ellas tenemos las siguientes:
Del Siglo XVI
- La Obra: Septem verba Domini Jesu Christi, la cual fue realizada por Orlando di Lasso para unas 5 voces.
Del Siglo XVII
- La Obra Musical titulada: Die sieben Worte Jesu Christi am Kreuz,15 realizada por el famoso Heinrich Schütz en el año 1645, la cual es cantada en alemán.
- La Obra Musical titulada por Augustin Pfleger: Passio, sive Septem Verba Christi in cruce pendentis del año 1670.
Del Siglo XVIII
- La Obra Musical titulada por Pergolesi: Septem verba a Christo in cruce moriente prolata la cual es atribuida, en los años 1730 – 1736.
- La Obra Musical titulada por Christoph Graupner: Die sieben Worte des Heilands am Kreuz, cantata , realizada en Darmstadt en el año 1743.
- La Obra Musical realizada por Joseph Haydn titulada: Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz. En el año 1787 la Hermandad de la Santa Cueva de Cádiz fue la que se encargó al compositor un oratorio (el cual llegó a ser titulado en el idioma alemán Die sieben letzten Worte unseres Erlösers am Kreuze en donde se describiera las Siete Palabras, además del terremoto que llega a ser descrito en el Evangelio de Mateo.
Fue el hombre que realizó igualmente una clase de versión para un coro y también para una orquesta de la obra, además de una gran transcripción para un cuarteto de cuerda, siendo esta última la versión de mayor celebridad.
- Otras de las Obras fue el del famoso Francisco Javier García Fajer titulada: Septem ultima verba christi in cruce realizada en el año 1787, el cual se trata de un Oratorio en latín.
- Por último en este siglo se encuentra la obra de Giuseppe Giordani alias “Giordaniello” el cual tiene como título: Tre ore dell’Agonia di N.S. Gesù Cristo realizada en el año 1790, el cual llega a ser un oratorio.
Del Siglo XIX
- Una de las principales obras de este siglo fue la de César Franck: Les Sept Paroles du Christ sur la Croix realizada en el año 1859, el cual se trata de una Obra coral.
- Otra de las más populares llega a ser la de Théodore Dubois: Les sept paroles du Christ hecha en el año 1867, para una Obra coral.
- Por último podemos destacar la obra de Fernand de La Tombelle: Les sept Paroles de Notre Seigneur Jésus-Christ.
Del Siglo XX
- Para este siglo la principal obra de mayor popularidad llega a ser la de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber: La Crucifixión, de la ópera rock Jesus Christ Superstar realizada en el año 1969.
- En segundo lugar, podemos destacar la obra de Douglas Allanbrook: The Seven Last Words para un mezzo-soprano, además de un barítono, un coro y una orquesta, realizada en el año 1970.
- En tercer lugar, se encuentra la obra de la compositora Sofia Gubaidulina: Sieben Worte para un chelo, además de un acordeón cromático ruso conocido como bayán, y las cuerdas, realizada en el año 1982.
- En cuarto lugar, podemos destacar la obra de James MacMillan: Seven Last Words from the Cross, cantata para un coro y para unas cuerdas, realizada en el año 1993.
Del Siglo XXI
- Una de las principales obras de este siglo llegó a ser el de Tristan Murail: Les Sept Paroles, para una orquesta, además de un coro y los instrumentos electrónicos, realizada en el año 2010.
- Otra de las obras más populares llega a ser el de Daan Manneke: The Seven Last Words, el cual se trata de un Oratorio para un coro realizada en el año 2011.
- Por otra parte se encuentra la obra de Paul Carr: Seven Last Words from the Cross, realizada para un solista, además de un coro y una orquesta, este fue realizada en el año 2013.
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