Los 7 Valiosos Dones del Espíritu Santo

Los 7 Dones del Espíritu Santo son medios inmortales otorgados por éste último y de los cuales el creyente recibe de Dios los favores necesarios para sobrellevar la vida terrenal con santidad. Ellos tornan a los fieles sumisos para obedecer con presteza a las inspiraciones divinas. En este artículo podemos descubrir cuáles son y de qué se tratan estos dones.

Los 7 dones del espíritu santo

¿Cuáles son los 7 Dones del Espíritu Santo?

Si existe una verdad fe católica que no puede ser cuestionada es, indudablemente, que Dios es amor. Él nos adora y nos lo evidencia de numerosas maneras; por ejemplo, inculca su gracia sobre nuestros corazones y, mediante el Espíritu Santo, esparce sus dones sobre cada uno de nosotros.

Estos dones son una transparente demostración de que el Señor actúa como un Padre que nos adora y nos ayuda a seguir tras de él, pese a que para comprobar su amor se requiere que nosotros igualmente actuemos como sus hijos. Tales dones provienen con el Sacramento del Bautismo y se fortalecen en la Confirmación, pero hemos de desarrollarlos a través de toda nuestra existencia cristiana.

Los 7 Dones del Espíritu Santo

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo cuenta con 7 dones: Consejo, Entendimiento, Erudición, Fortaleza, Ciencia, Compasión y Miedo de Dios. Estos sustentan la existencia moral del cristiano y lo tornan obediente y sensible a la voluntad divina. ¿Cuál es la significancia de cada uno? El Papa Francisco ha dado una explicación en sus catequesis, de la cual te mostramos un síntesis de los 7 dones del Espíritu Santo:

1.- Consejo

Para el momento en el que lo recibimos y lo alojamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo empieza a hacernos susceptibles a su voz y a conducir nuestro pensar, sentir y propósito de acuerdo al corazón del Señor. Simultáneamente, nos lleva cada vez más a orientar nuestra mirada interna hacia Jesús, como arquetipo de nuestro modo de proceder y de vincularnos con Dios Padre y con los hermanos.

Es el don de saber diferenciar los caminos y las alternativas, de saber guiar y oír. Es la luz que el Espíritu nos otorga para diferenciar lo correcto de lo incorrecto, lo cierto de lo falso. Sobre Jesús descansó el Espíritu Santo, y le otorgó completamente ese don, como había predicho Isaías: “No se creará juicio por las apariencias, ni condenará con solo escuchar. Enjuiciará con rectitud a los débiles, y sentenciará con ecuanimidad a los humildes de la tierra” (Is 11, 3-4).

Los 7 dones del espíritu santo

Nos indica los senderos de la santidad, el desear de Dios en nuestra existencia diaria, nos estimula a seguir el resultado que más coincide con la gloria divina y el bien de los otros.

2.- Entendimiento

Está íntimamente vinculado con la fe. Al habitar el Espíritu Santo en nuestro corazón e iluminar nuestra mente, nos hace creyentes a diario en el entendimiento de lo que el Señor ha pronunciado y ha ejecutado. Entender las lecciones de Jesús, entender el Evangelio, entender la Palabra Divina. Al leer el Evangelio con este don podemos entender la trascendencia de las palabras de Dios.

Gracias a este don se comunica a nuestro corazón una peculiar participación en el entendimiento divino, en los enigmas del mundo y en la intimidad del mismo Señor. El Señor señalo: “Les otorgaré corazón para entenderme, pues yo soy Yahveh” (Jer 24,7). Nos revela con mayor lucidez las abundancias de la fe.

3.- Erudición

No hablamos simplemente de la sabiduría humana, que es producto del entendimiento y de la experiencia. La erudición es la gracia de poder contemplar cada cosa con la mirada divina. Es simplemente eso: observar al mundo, ver las situaciones, los momentos, los inconvenientes, todo, con la mirada divina.

En la Biblia se describe que Salomón, en el instante de su coronación como soberano de Israel, imploró el don de la erudición. Es el don de comprender lo que beneficia y lo que afecta al proyecto divino. Él le da fuerza nuestra compasión y nos alista para una perspectiva plena de Dios.

El mismo Jesús nos señalo: “Mas cuando te entreguen, no te preocupes de cómo o qué vas a hablar. Lo que tengas que decir se te notificara en ese momento. Porque no serán ustedes los que hablaran, sino el Espíritu de tu Padre el que hablará en ustedes” (Mt 10, 19-20). La auténtica erudición trae el gusto de Dios y su Palabra.  Nos hace entender el milagro insondable de Dios y nos lleva a buscarle sobre todas las cosas, entre nuestro trabajo y nuestras responsabilidades.

4.- Fortaleza

El número de hombres y mujeres, nosotros no sabemos sus nombres, que han honrado a nuestro pueblo, a nuestra Iglesia, lo han hecho debido a que son fuertes al sacar adelante su existencia, su familia, su trabajo y su creencia.

Hemos de estar agradecidos al Señor por estos cristianos que llevan una santidad escondida: es el Espíritu Santo quien les guía. Y nos hará provecho pensar: si ellos logran todo esto, si ellos pueden alcanzarlo, ¿por qué no puedo yo? Y nos hará provecho igualmente implorar al Señor que nos otorgue el don de fortaleza.

Este es el don que nos da valor para encarar los problemas cotidianos de la existencia cristiana. Torna fuerte y valiente la fe. Hemos de recordar el valor de los mártires. Nos da persistencia y firmeza en las resoluciones. Los que cuentan con ese don no se intimidan frente a las amenazas y hostigamientos, pues confían sin condiciones en el Padre. Nos alienta constantemente y nos ayuda a rebasar los problemas que sin duda hallamos en nuestra marcha hacia Dios.

5. Ciencia

En el Génesis se destaca que el Señor se haya satisfecho de su Creación, resaltando reiteradamente la hermosura y la benevolencia de cada cosa. Al final de cada día, está escrito: Y observó Dios que era bueno. Si Dios observa que la Creación es una cosa benévola, es algo bello, igualmente nosotros hemos de asumir esta postura.

Este es el don de ciencia que nos hace contemplar esta hermosura; ensalzemos a Dios, le damos gracias por habernos concedido tanta belleza. Es el don de la ciencia divina y no la ciencia mundana. Gracias a este don el Espíritu Santo nos descubre internamente el pensamiento de Dios acerca de nosotros, pues “nadie sabe lo íntimo de Dios, solo el Espíritu de Dios” (1 Co 2, 11).

Nos conduce a juzgar con justicia las cosas creadas y a conservar nuestro corazón en Dios y en lo creado mientras nos conduzca a Él.

6. Compasión

La significancia de este don no es ser compasivo de alguien, es decir, ser piadoso con el prójimo, sino que señala que pertenecemos a Dios y nuestro nexo profundo con Él, un nexo que da propósito a toda nuestra existencia y que nos sustenta firmes, en comunión con Él, inclusive en los tiempos más dificultosos y tormentosos.

Es una relación cierta con el corazón: es nuestra hermandad con Dios, que nos otorga Jesús, una hermandad que modifica nuestra vida y nos colma de entusiasmo, de júbilo. Es el don que el Espíritu Santo nos otorga para encontrarnos siempre abiertos a la voluntad divina, tratando siempre de actuar como Jesús lo haría.

Si Dios vive su unión con el hombre de forma tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente igualmente invitado a ser compasivo con todos. Nos lleva a tratar a Dios con la franqueza con la que un hijo trata a su Padre.

7. Miedo a Dios

No se trata de sentir temor de Dios: conocemos bien que Dios es Padre, y que nos adora y desea nuestra redención, y siempre absuelve; por lo cual no hay razón para sentir temor de Él. El miedo de Dios, en contraste, es el don del Espíritu que nos hace recordar cuán modestos somos delante de Dios y su amor, y que nuestro bien está en entregarnos con modestia, consideración y confianza en sus manos.

Esto es el miedo de Dios: el abandono en la benevolencia de nuestro Padre que nos adora mucho. Por ello, Jesús siempre fue cuidadoso en practicar en todo la voluntad divina, como Isaías había predicho: “Descansará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de erudición y entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia y miedo de Yahveh” (Is 11,2).

Nos llevar a escapar de las oportunidades de pecar, a no rendirse a la tentación, a eludir todo mal que pueda afligir al Espíritu Santo, a temer de manera radical apartarnos de Aquel a quien adoramos y constituye nuestro motivo de ser y de existir.

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