La Idea Cristiana del Pecado Original: ¿Qué es?

El término Pecado Original es propio de la fe cristiana y se le refiere como el origen y causante de la existencia de todo pecado. El Pecado Original existe desde que Adán y Eva desobedecieron el mandato divino y se dejaron tentar por la serpiente y comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. A partir de entonces fue legado a toda su descendencia quienes han de llevar ese peso.

Pecado original

El Pecado Original

El pecado inicial, igualmente denominado pecado antiguo, es un ideario cristiano de la condición de culpa al cual todos los humanos esta sujetos a causa de la caída o desgracia del hombre, que se generó por el desacato de Adán y Eva en el Jardín del Edén, en otras palabras, el pecado de transgresión al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Dicha condición de pecado sería transferido a todos los humanos  y estribaría en la pérdida de la santidad y de la justicia iniciales, con las cuales contaban Adán y Eva en un principio, previo a alimentarse del fruto prohibido. Ahora ya sabemos cuál es el pecado original.

¿En qué consiste el pecado original? La noción del pecado original fue en un principio inferido en el siglo II por Ireneo, obispo de Lyon, en su disputa con ciertos gnósticos dualistas.​ Otros clérigos eclesiásticos como Agustín de Hipona (354-430) igualmente se ocuparon de  esta doctrina,​ y la respaldaron en lo enseñado por Pablo de Tarso (Romanos 5:12–21 y 1 Corintios 15:21-22) y en el versículo Salmos 51:5​.

Tertuliano, Cipriano, Ambrosio y Ambrosiaster estimaron que la humanidad lleva consigo el pecado de Adán, traspasado de generación en generación. Una versión muy singular fue la realizada por Martín Lutero y Juan Calvino, quienes lo igualaron con la concupiscencia o ambición la cual, de acuerdo a su interpretación, arruinaría la libre elección​. En el catolicismo, el movimiento religioso jansenista, al que la Iglesia proclamó herético, igualmente sustentaba que el pecado original suprimía la libre elección.

Desde el punto de vista de la Iglesia Católica se expone que «El bautismo, otorgando la vida de la gracia de Cristo, suprime el pecado original y retorna el hombre a Dios, pero los efectos para la naturaleza, disminuida y proclive al mal, perduran en el hombre y lo convocan al combate espiritual.»​ «Aún agotado y disminuido por la desgracia de Adán, el libre albedrío no es arruinado en la carrera.» En lo referente al protestantismo ciertos grupos tienen distintas versiones del pecado original.

Pecado Original en el Cristianismo

El ideario cristiano católico en lo relativo al pecado original se estableció en el Concilio de Cartago y se concretó más adelante en el Concilio de Orange y el Concilio de Trento. Las especificaciones de su estructura actual se consiguen ya en los textos de San Agustín de Hipona, por medio de quien la idea de una descomposición básica de la naturaleza humana había llegado a la Iglesia. Los pocos párrafos de doctrina referentes al pecado original encontrados en los textos de los Apóstoles (particularmente Romanos 5:12) no realizan relevantes precisiones en lo relativo al texto del Génesis.

La teología escolástica diferencia entre el pecado inicial originante (peccatum originale originans), el hecho preciso de desacato perpetrado por Adán y Eva, y el pecado inicial originado (peccatum originale originatum), los efectos que esa falta ocasionaría sobre la conformación de la especie humana.

En el caso del peccatum originale originatum, no sólo se desaprovecharían las cualidades preternaturales de la inmortalidad y la dispensa del sufrimiento, sino que las competencias del espíritu humano, tanto las morales como las intelectuales, no dispondrían de su energía natural, subyugando la voluntad a los arrebatos y el talento al error.

Según la doctrina establecida en el Concilio de Trento, el estado de «naturaleza caída» (natura lapsa) se transfiere a cada uno de los nacidos luego del destierro del Edén.

En tales concilios se acordó que el bautismo suprime el pecado original y retorna el hombre a Dios, pero los efectos para la naturaleza, disminuida y proclive al mal, perduran en el hombre y lo convocan al combate espiritual. La Iglesia católica y otras que efectúan el culto mariano exceptúan, no obstante, de los resultados del pecado original a la Virgen María, dada una gracia particular de Dios para que Jesucristo no tuviese el pecado original.

Pecado original

La Iglesia Católica

En el Catecismo Universal, donde se encuentra contenida la exposición de la fe, doctrina y moral de la Iglesia católica, se expone lo siguiente:

  • Por su falta, Adán, al ser el primer hombre, vio perdida su santidad y la justicia original que había obtenido de Dios no únicamente para él, sino para toda la humanidad.
  • Adán y Eva transfirieron a su descendencia la naturaleza humana afectada por su pecado inicial, privada por ende de la santidad y la justicia original. A este despojo se le llama «pecado original».
  • Como resultado del pecado original, la naturaleza humana quedó disminuida en sus fuerzas, subyugada a la ignorancia, al dolor y al predominio de la muerte, y proclive al pecado (propensión denominada «concupiscencia»).

San Anselmo señalaba que «la falta de Adán fue una cosa pero el pecado de un niño al nacer es algo diferente; el primero fue el causante, el segundo es la consecuencia».​ El pecado inicial en un infante es diferente a la falta de Adán; es uno de sus resultados. Las consecuencias del pecado de Adán según la Enciclopedia Católica son:

1.- Muerte y padecimiento.

2.- Concupiscencia (o propensión al pecado). El bautismo suprime el pecado original, pero la inclinación a pecar queda.

3.- La falta de la gracia santificante en los niños recién venidos al mundo es también resultado del primer pecado, puesto que Adán, habiendo obtenido de Dios la santidad (o favor santificante) y la justicia, no sólo la llegó a perder él, sino para todos. El bautismo otorga la gracia santificante original, extraviada por la falta de Adán, suprimiendo así el pecado original y cualesquiera pecado personal.

El catecismo muestra la doctrina del pecado inicial como el “anverso de la salvación” (cf. CEC 389). Hemos de recordar que a pesar de que esta narración está elaborada en base a imágenes o se halla escrito empleando figuras literarias, es un evento real del principio de la historia y que la define (cf. CEC 390).

La Iglesia católica siempre ha sustentado que «por el Bautismo, la totalidad de los pecados son absueltos, el pecado inicial y todos los pecados particulares» ya que el bautismo otorga la gracia santificante original, que se había perdido por el pecado de Adán, suprimiendo así el pecado original y los pecados individuales.

Aunque inherente a cada uno el pecado inicial no tiene, en ningún sucesor de Adán, una naturaleza de falta personal. El pecado inicial es el despojo de la santidad y de la justicia original.

Posteriormente, entre los números 396 y 409​ examina los variados elementos vinculados con este pecado: La evidencia que conllevaba el no poder alimentarse del árbol del conocimiento del bien y del mal como una indicio del límite que la libertad de los hombres detenta por el hecho de ser una criatura y el pecado exhibido como un acto de aprensión  primero y de desacato después.

Los resultados de ello: perder la santidad original, se arruina la paz del mundo y del interior del hombre, la muerte ingresa en la historia.

La generalidad del castigo a partir del pecado inicial se sustenta con escritos tomados de San Pablo:

Como la falta de uno solo trajo sobre todos los hombres la condena, así igualmente la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) proporciona a todos una excusa que otorga la vida. Por el desacato de un solo hombre, todos fueron hechos pecadores
Rm 5, 18-19

En el número 404 se señala que la falta de Adán es el pecado de todos la humanidad posterior a él, puesto que, de acuerdo a una declaración de Tomás de Aquino, todos los hombres son en Adán como el cuerpo de un solo hombre. Siendo así, el catecismo asegura que la transferencia de ese pecado es un enigma,​ y que, por ende, el vocablo “pecado” se emplea de modo análogo, ya que no se trata de una falta “incurrida”, sino de un pecado “adquirido”.

Condenaciones Heréticas

La doctrina negacionista de Pelagio o Pelagianismo, que repudia la condición en desgracia de la naturaleza humana como una descomposición maniquea de la fe cristiana, fue proclamado herético en el Concilio de Cartago; el primer seguidor de esta doctrina de quien se tiene referencia fue Teodoro de Mopsuestia, aunque su influjo fue de más relevancia en la iglesia occidental a través de Pelagio y Celestio.

De acuerdo a los pelagianos, la incorporación del pecado por Adán se restringe a dar un mal ejemplo a sus sucesores, pero no lastima sus facultades.

Pecado Original en el Protestantismo

Los dirigentes de la Reforma aceptaban la doctrina del pecado original, pero en la actualidad hay ciertas agrupaciones protestantes que ya no son creyentes en el pecado original influidos por la creencia sociniana del reformador Fausto Socino.​

Libros Apócrifos

El libro «4 Esdras» supuestamente redactado por un judío en el siglo I muestra a Adán como el autor de la desgracia de la raza humana:

Oh Adán, ¿qué has provocado? Pese a que fuiste tú quien faltó, la desgracia no fue solo tuya, sino igualmente de nosotros que somos tus hijos. ─ 4 Esdras 7:48

y a Adán como quien transfirió a toda su descendencia la enfermedad duradera, la perversidad y la mala simiente del pecado​:

Ya que el primer Adán, portador de un corazón malévolo, desobedeció y fue derrotado, como igualmente lo fueron todos los que provinieron de él. Por ende, la enfermedad se tornó duradera; la ley se encontraba en el corazón de la gente en conjunto a la raíz del mal, pero lo que era benévolo se fue, y el mal quedó. ─ 4 Esdras 3:21-22​

Puesto que un grano de mala simiente fue cultivado en el corazón de Adán desde el inicio, ¡y cuánta falta de piedad ha ocasionado hasta ahora, y generará hasta que llegue el tiempo de la trilla! ─ 4 Esdras 4:30

Pecado Original en el Judaísmo

La referencia al pecado original en la biblia aparece en el Génesis 1-3. Luego de la creación de Adán y Eva, estos moraban en el jardín del Edén en perfecta paz con Dios; el único precepto que debían aceptar era abstenerse de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo consumo produciría la muerte (Génesis 2:17).

No obstante, Eva y, por su mediación, Adán claudicaron a la tentación de la serpiente (a la que se identifica con Satán o Shaitan, «el tentador») y revelaron, al comer del árbol, su desnudez. El resultado de la violación de su mandamiento condujo a la muerte —»[retornarás] a la tierra, ya que de ella se te tomó; ya que polvo eres, y al polvo retornarás» (Génesis 3:19) y el destierro del jardín del Edén.

La costumbre talmúdica registra este acto como החטא הקדמון (en hebreo hajet hakadmon, «la falta original») del desacato a la orden divina.

No obstante, los resultados de este pecado se ven reducidos a castigos personales, como el destierro del paraíso, dolor de parto en el caso de Eva, y de toda su prole, la multiplicación exagerada de la dificultad del trabajo (no el trabajo en sí mismo, que es reseñado previamente como un don divino y antecedía al pecado mismo), el padecimiento, la vejez y el fallecimiento.

Las tendencias reformadoras dentro del judaísmo interpretan la desgracia como el primer acto de libre elección del hombre, y la estiman como parte del plan de Dios, ya que la falta simbolizaría la aceptación de la responsabilidad; lo que significa, el mito de la desgracia sería una elaborada metáfora del pase a la adultez y la independencia.

Hay polémica entre los teólogos judíos en lo relativo a la causa de lo que se llama «pecado original». Algunos adoctrinan que fue a causa de la rendición de Adán en la tentación de alimentarse del fruto prohibido y fue legado a sus descendientes; la mayor parte, no obstante, no estima culpable a Adán de las faltas de la humanidad,​ sino que según el  Génesis 8:21 y Génesis 6:5-8 Dios admitió que los pecados de Adán eran únicamente de él.

Sin embargo, otros son de la idea de que esto trajo la muerte al mundo; ya que a causa de su pecado, sus hijos viven una existencia mortal que concluye con la muerte de sus cuerpos.​ La doctrina del «pecado legado» no se haya en la mayor parte del judaísmo tradicional.

A pesar de que algunos judíos ortodoxos acusan a Adán por la descomposición general del mundo, y aunque hubo algunos maestros judíos de la época talmúdica que consideraban que la muerte era una pena traída a la humanidad a causa de la falta de Adán, esa no es la posición predominante en el judaísmo de la actualidad.

Las enseñanzas de los judíos de la modernidad generalmente señalan que los humanos vienen al mundo libre de pecado y puros y posteriormente escogen pecar trayendo el sufrimiento a sus vidas.​ La noción del pecado legado no la hay bajo ninguna figura en el Islam.

¿Qué es el Pecado Original?

¿Qué es el pecado?, ¿A qué se debe que exista el pecado? ¿En qué fecha ocurrió? ¿Cuáles son sus resultados en el mundo? ¿Cómo se erradica el pecado original? ¿Qué es el pecado original para niños?, pese al pecado ¿El hombre sigue siendo amado por Dios?, ¿El hombre podría dejar de pecar por su propia voluntad?. Acá les dejamos estas interrogantes cuyas respuestas se hallan en el Catecismo de la Iglesia católica y en diversas obras de José María Escrivá.

Con la narración del desacato divino de no comer de la fruta del árbol prohibido, por incitación de la serpiente (Gn 3,1-13), la Sagrada Escritura nos señala que nuestros padres iniciales se sublevaron contra Dios, rindiéndose a la tentación de querer ser como deidades.

El hombre, bajo la tentación del diablo, permitió perecer en su corazón la esperanza en su creador (cf.Gn 3,1-11) y, haciendo abuso de su libertad, infringió al mandamiento divino. De eso se trató el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). A partir de allí, cualquiera falta se tomará como una desobediencia a Dios y una desconfianza en su bondad. (Catecismo de la Iglesia Católica, 397).

¿Cuándo Sucedió el Pecado Original?

La Escritura nos expone las consecuencias trágicas de este primer desacato. Con ello Adán y Eva han perdido de manera inmediata el favor de la santidad original (cf. Rm 3,23). Son temerosos del Dios (cf.Gn 3,9-10) de quien han inferido una imagen inexacta, la de un Dios envidioso de sus privilegios (cf.Gn 3,5). (Catecismo de la Iglesia Católica, 399)

La unidad que conformaban, instaurada gracias a la justicia inicial en la que Dios realizó la creación al hombre queda destrozada; el control de las cualidades espirituales del alma sobre el cuerpo se resquebraja (cf. Gn 3,7); la alianza entre el hombre y la mujer es sujeta a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus vinculaciones estarán determinadas por el anhelo y el dominio (cf. Gn 3,16).

El equilibrio con la creación se fractura; la creación hecha realidad se torna para el hombre rara y perjudicial (cf. Gn 3,17.19). Por motivo del hombre, la creación es reducida «a servir a la corrupción» (Rm 8,21). Al fin, el resultado expresamente anunciado para el caso de desacato (cf. Gn 2,17), será una realidad: el hombre «retornará al polvo del que fue constituido» (Gn 3,19). La muerte hace su ingreso en la historia humana (cf. Rm 5,12). (Catecismo de la Iglesia Católica, 400)

¿Y qué es lo que dificulta esta modestia, este envanecimiento bueno? La arrogancia. Ese es el pecado principal que lleva al envanecimiento malo. La arrogancia lleva a imitar, tal vez en las cuestiones más sencillas, la alusión  que Satanás exhibió a nuestro padres iniciales: sus ojos se abrirán y serán como Dios, sabedores del bien y del mal. Se puede leer igualmente en la Escritura que el principio de la arrogancia es alejarse de Dios.

Ya que este vicio, una vez enraizado, ha de influir en toda la existencia humana, hasta transformarse en lo que San Juan denomina superbia vitæ, arrogancia de la vida. ¿Arrogancia? ¿De qué? La Escritura Santa reúne situaciones, desdichadas y cómicas a un tiempo, para señalar la arrogancia: ¿de qué te ufanas, polvo y ceniza? Ya en vida regurgitas las entrañas. Una leve enfermedad: el médico ríe. El hombre que hoy es soberano, mañana será difunto. (Amigos de Dios, 99). Por el camino de la modestia se va a cualquier lado…, esencialmente al Cielo. (Surco, 282).

¿Por qué existe el Pecado?

Dios formó al hombre a su imagen y le dio un espacio en su amistad. Ser espiritual, el hombre solo puede llevar esta amistad bajo la forma de sincero sometimiento a Dios. Ello es lo que manifiesta la proscripción hecha al hombre de comer del árbol de la sabiduría del bien y del mal, «ya que el día que comieses de él, perecerás irremediablemente» (Gn 2,17).

«El árbol de la sabiduría del bien y del mal» refiere de manera simbólica la frontera infranqueable que el hombre como  criatura ha de reconocer con libertad y considerar con confianza. El hombre está subordinado al Creador, está supeditado a las leyes de la Creación y a las reglas morales que norman el uso de la libertad. (Catecismo de la Iglesia Católica, 396)

El hombre, bajo la tentación del diablo, permitió perecer en su corazón la esperanza en su creador (cf. Gn 3,1-11) y, haciendo abuso de su libertad, infringió al mandamiento divino. De eso se trató el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). A partir de allí, cualquiera falta se tomará como una desobediencia a Dios y una desconfianza en su bondad. (Catecismo de la Iglesia Católica, 397)

Al amar la libertad, nos amarramos. Solo la arrogancia supone a esas ataduras tan pesadas como una cadena. La auténtica modestia, que nos es enseñada por aquel que es dócil y humilde de corazón, nos demuestra que su yugo es delicado y su carga leve: ya que su yugo nos hace libres, amados, unidos y nos da vida, todo eso que Él nos ganó en la Cruz. (Amigos de Dios, 31)

Nuestra Santa Madre la Iglesia se ha manifestado siempre por la libertad, y ha repudiado todos los pesimismos, viejos y menos viejos. Ha indicado que cada alma es propietaria de su destino, para lo bueno o para lo malo: y los que siempre estuvieron del lado del bien les aguarda la vida eterna pero a los que incurrieron en la maldad, el fuego perpetuo.

Es habitual que estemos impresionados por esta enorme aptitud tuya y mía, de todos, que descubre a su vez el signo de nuestra hidalguía. A tal extremo el pecado es un mal voluntario, que de ninguna manera lo sería si no tuviese su nacimiento en la voluntad: esta aseveración es tan evidente que están de acuerdo los pocos eruditos y los numerosos ignorantes que pueblan al mundo.

De nuevo elevo mi corazón para dar gracias a mi Dios, a mi Señor, ya que nada le imposibilitaba habernos hecho sin defecto, con un impulso incontenible hacia el bien, pero consideró que sus siervos serían mejores si le servían con libertad. (Amigos de Dios, 33). Dios creó al hombre desde el mismo inicio y lo dejó por su propia cuenta (Ecclo XV, 14). Esto no hubiese acontecido si no tuviese libertad de elección.

Tenemos la responsabilidad ante Dios de todos los actos que realicemos de modo libre. No hay lugar aquí para anonimatos; el hombre se halla delante del Señor, y depende únicamente de él mismo para decidir si es amigo o enemigo. Así se inicia el camino de la lucha interna, que es un empeño para toda la vida, ya que al tanto que dura nuestro andar por la tierra no hay quien haya logrado la plena libertad. (Amigos de Dios, 36)

¿El Pecado Original es una Condena, qué consecuencias tiene en el Mundo?

San Pablo lo asegura: «Por el desacato de apenas un hombre, todos fueron señalados como pecadores» (Rm 5,19): «Fue por apenas un hombre que hizo presencia el pecado en el mundo y por dicha falta la muerte, y así esta última llegó a todos los humanos, por cuanto todos fueron pecadores…» (Rm 5,12).

A la generalidad del pecado y de la muerte, el apóstol contrapone la generalidad de la redención en Cristo: «Como la falta de uno solo trajo sobre todos los hombres la condena, así igualmente la labor de justicia de uno solo (la de Cristo) proporciona a todos una excusa que da la vida» (Rm 5,18). (Catecismo de la Iglesia Católica, 402).

Al seguir a San Pablo, la Iglesia ha adoctrinado siempre que la enorme miseria que sojuzga a los hombres y su propensión al mal y a la muerte no son entendibles sin su nexo con el pecado de Adán y con la circunstancia de que nos ha transferido un pecado con el que todos venimos al mundo aquejados y que es «muerte del alma» (Concilio de Trento: DS 1512). (Catecismo de la Iglesia Católica, 403)

El mundo es benévolo; fue la falta de Adán la que quebrantó la divina paz de lo creado, pero Dios Padre ha remitido a su Hijo unigénito para que restaurara esa paz. De tal manera que nosotros, hechos hijos adoptivos, pudiésemos liberar a la creación del caos, apaciguar todas las cosas con el Señor. (Es Cristo que Pasa, 112)

Lo ha salvado del pecado, de la falta de Adán, que sobre toda su prole se abatió, y de los pecados particulares de cada uno, y anhela vivamente habitar en el alma nuestra: el que me adora contemplará mi doctrina y mi Padre le adorará, y acudiremos a él y formaremos mansión dentro de él. (Es Cristo que Pasa, 84)

Qué inmenso es el amor, la conmiseración de nuestro Padre! De cara a estas realidades de sus excentricidades divinas por los hijos, desearía contar con un millar bocas, un millar de corazones, más, que me posibilitaran vivir en una constante alabanza a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Piensen que el Todopoderoso, el que con su Providencia rige el Universo, no anhela siervos obligados, opta hijos libres.

Ha introducido en el alma de todos nosotros, aunque venimos al mundo proni ad peccatum, con propensión al pecado, por la desgracia de la pareja inicial, una chispa de su talento ilimitado, el atractivo de lo bueno, un deseo de paz duradera. Y nos conduce a entender que la verdad, la dicha y la libertad se logran cuando intentamos que nazca en nosotros esa semilla de vida perpetua. (Amigos de Dios, 33).

¿Por qué todos estamos implicados en el Pecado de Adán?

La totalidad de los hombres tienen responsabilidad en el pecado de Adán, así como todos tienen responsabilidad en la justicia de Cristo. No obstante, la transferencia del pecado original es un enigma que no podemos entender en su totalidad.

Pero conocemos por la Revelación que Adán había obtenido la santidad y la justicia iniciales no únicamente para él sino para toda el género humano: claudicando al tentador, Adán y Eva incurren en un pecado personal, pero esta falta afecta a todo el género humano, que transferirán en un estado de desgracia (cf. Concilio de Trento: DS 1511-1512).

Es una falta que será transferida por difusión a todo el género humano, es decir, por la transferencia de una naturaleza humana particular de la santidad y de la justicia iniciales. Por ello, el pecado original es denominado «pecado» de modo análogo: es una falta «contraída», «no cometida», una condición y no un acto. (Catecismo de la Iglesia Católica, 404). No ha de ser extraño. Llevamos en nosotros mismos, resultado de la naturaleza en desgracia, un principio de contrariedad, de resistencia a la gracia: son las lesiones del pecado de origen, exacerbadas por nuestras faltas personales.

Por ello, hemos de entender esas ascensiones, esas faenas divinas y humanas, las de todos los días, que usualmente confluyen en el Amor de Dios, con modestia, con corazón afligido, confiados en la ayuda divina, y destinando nuestros mejores empeños como si todo dependiese de uno mismo. (Amigos de Dios, 214)

El Dios de nuestro credo no es un ser apartado, que observa indolente la fortuna de los hombres: sus esfuerzos, sus luchas, sus intranquilidades. Es un Padre que adora a sus hijos hasta el punto de remitir al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, al encarnarse, perezca por nosotros y nos salve. El mismo Padre afectuoso que ahora nos cautiva delicadamente hacia Él, a través de la acción del Espíritu Santo que mora en nuestros corazones. (Es Cristo que Pasa, 84).

¿Cómo se Borra el Pecado Original?

«En el instante en que realizamos nuestra primera confesión de fe, al obtener el santo Bautismo que nos purifica, es tan íntegro y tan completo el perdón que conseguimos, que no nos queda en absoluto nada por suprimir, sea de la falta original, sea de cualquier otra perpetrada u omitida por nuestra misma voluntad, ni pena alguna que padecer para expiarlas.

No obstante, la gracia del Bautismo no libera a la persona de todas las fragilidades de la naturaleza. En contraste […] aun nosotros hemos de combatir los movimientos de la ambición que no cejan de conducirnos al mal» (Catecismo Romano, 1, 11, 3). (Catecismo de la Iglesia Católica, 978)

La Iglesia nos consagra, luego de ingresar en su seno mediante el Bautismo. Recién llegados a la vida natural, ya podemos refugiarnos en la gracia santificadora. La creencia de uno, más aún, la creencia de toda la Iglesia, es de provecho para el niño por los actos del Espíritu Santo, que otorga unidad a la Iglesia y notifica los beneficios de uno a otro (Santo Tomás, S. Th. III, q.68, a.9 ad 2).

Es un milagro esa maternidad sobrehumana de la Iglesia, que el Espíritu Santo le otorga. La renovación espiritual, que ocurre con el Bautismo, de algún modo es similar al nacimiento corporal: así como los bebes que se encuentran en el seno de su madre no son capaces de comer por sí mismos, sino que se nutren de lo que  la madre aporta.

Así igualmente los infantes que carecen de uso de razón y se encuentran como bebes en el seno de su Madre la Iglesia, por los actos de la Iglesia y no por ellos mismos obtienen la salvación (Santo Tomás, S. Th. III, q.68, a.9 ad 1). (Amar a la Iglesia, 31)

Quisiera que reflexionemos ahora sobre ese manantial de gracia divina de los Sacramentos, prodigiosa expresión de la conmiseración de Dios: ciertas indicios sensibles que ocasionan la gracia, y simultáneamente la declaran, como colocándola al frente de los ojos. Dios Nuestro Señor es eterno, su amor es inacabable, su compasión y su piedad con nosotros no tienen límites.

Y, aunque nos otorga su gracia de numerosas otras maneras, ha establecido de manera expresa y libre, sólo él podía lograrlo, estas siete señales eficientes, para que de un modo estable, simple y accesible a todos, los hombres puedan ser partícipes de los méritos de la Salvación. (Es Cristo que Pasa, 78)

¿Por qué después del Bautismo se vuelve a pecar?

Al seguir a San Pablo, la Iglesia ha mostrado siempre que la enorme miseria que sojuzga a los hombres y su propensión al mal y a la muerte no son entendibles sin su nexo con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transferido un pecado con que todos venimos al mundo aquejados y que es «muerte del alma» (Concilio de Trento: DS 1512).

Por esta evidencia de fe, la Iglesia otorga el Bautismo para el perdón de los pecados inclusive a los niños que no han incurrido en el pecado personal (cf. ibíd., DS 1514). (Catecismo de la Iglesia Católica, 403). Aunque es particular a  cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado inicial no tiene, en descendiente alguno de Adán, una condición de falta personal.

Es la expropiación de la santidad y de la justicia iniciales, pero la naturaleza humana no se encuentra completamente corrompida: está lastimada en sus propias fuerzas naturales, reducida a la ignorancia, al padecimiento y a la supremacía de la muerte y proclive al pecado (esta propensión al mal de denomina «ambición»).

El Bautismo, otorgando la vida de la gracia de Cristo, suprime al pecado original y retorna al hombre a Dios, pero los resultados para la naturaleza, disminuida y proclive al mal, se mantienen en el hombre y lo convocan a la contienda espiritual. (Catecismo de la Iglesia Católica, 405)

Al tanto que luchamos, un combate que permanecerá hasta la muerte, no exceptúes la posibilidad de que se levanten, violentos, los adversarios de fuera y de dentro. Y como si fuese poco ese lastre, en oportunidades se aglomeran en tu mente los errores incurridos, quizá numerosos. Te lo señalo en nombre de Dios: no te impacientes.

Cuando eso ocurra, que no es obligatorio que suceda; ni será lo usual, transforma esa oportunidad en un motivo de aunarte más con el Señor; ya que Él, que te ha elegido como hijo, no te desamparará. Acepta la prueba, para que adores más y consigas con mayor claridad su constante protección, su Amor. (Amigos de Dios, 214)

El mundo, el diablo y la carne son unos oportunistas que, beneficiándose de la fragilidad del salvaje que portas dentro, desean que, por el pobre espejuelo de un placer, carente de valor, les des el oro fino y las perlas y las gemas y rubíes impregnados con la sangre viva y salvadora de tu Dios, que son el valor y el tesoro de tu perpetuidad. (Camino, 708). ¡Ha de parecer torpe el diablo!, me decías. No comprendo su estupidez: siempre las mismas mentiras, los mismas ardides…

– Cuentas con toda la razón. Pero los hombres usualmente somos menos inteligentes, y no somos capaces de escarmentar en cabeza ajena… Y Satanás dispone de todo eso, para provocarnos. (Surco, 150)

A pesar del Pecado, ¿Dios sigue amando al hombre?

Después de la desgracia, el hombre no fue desamparado por Dios. En contraste, Dios lo convoca (cf. Gn 3,9) y le advierte de modo enigmático el triunfo sobre el mal y el resurgimiento de su desgracia (cf. Gn3,15). Este episodio del Génesis ha sido denominado «Protoevangelio», por ser el primer aviso del Mesías Salvador, advertencia de un combate entre la serpiente y la Mujer, y del triunfo final de un sucesor de ésta. (Catecismo de la Iglesia Católica, 410).

Sin embargo Dios es Amor. El abismo de maldad, que el pecado trae consigo, ha sido redimido por una Caridad ilimitada. Dios no desampara a los hombres. Los propósitos divinos predicen que, para enmendar nuestras faltas, para restaurar la unidad perdida, no son suficientes los sacrificios de la Antigua Ley: se requería la ofrenda de un Hombre que fuese Dios.

Se puede imaginar, para aproximarnos de alguna manera a este enigma insondable, que la Trinidad Beatísima se congrega en consejo, en su constante vinculación íntima de amor grandioso y, como efecto de esa resolución eterna, el Hijo Único de Dios Padre contrae nuestra cualidad humana, acarrea sobre sí nuestras desdichas y nuestras aflicciones, para concluir clavado a un madero. (Es Cristo que Pasa, 95)

Cuando se dice que Jesucristo venció el Pecado

La costumbre cristiana ve en este episodio una advertencia del «nuevo Adán» (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su «sumisión hasta morir en la Cruz» (Flp 2,8) resarce sobremanera el desacato de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otro lado, muchos Padres y Doctores de la Iglesia observan en la mujer augurada en el «protoevangelio» a la madre de Cristo, María, como «nueva Eva».

Ella se ha constituido en la primera y quizás única beneficiaria del triunfo sobre el pecado logrado por Cristo: fue protegida de toda mácula de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y, a través de su vida terrenal, por un favor específico de Dios, no incurrió en ningún tipo de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573). (Catecismo de la Iglesia Católica, 411)

Liberación y redención. Por su Cruz venerable, Cristo logró la redención para toda la humanidad. Los liberó del pecado que los tenía reducidos a la esclavitud. “Para que fuésemos libres nos liberó Cristo” (Ga 5,1). En Él somos parte de “la verdad que nos otorga libertad” (Jn 8,32).

El Espíritu Santo nos ha sido otorgado, y, como señala el apóstol, “donde se encuentra el Espíritu, allí hay libertad” (2 Co 3,17). A partir desde ahora nos vanagloriamos de la “libertad de los hijos del Señor” (Rm 8,21). (Catecismo de la Iglesia Católica, 1741)

La entrega altruista de Cristo se confronta con el pecado, esa verdad dura de admitir, pero incuestionable: el mysterium iniquitatis, la incomprensible malicia de la criatura que se levanta, por arrogancia, contra Dios. La historia es tan ancestral como la misma Humanidad. Hemos de recordar la desgracia de nuestros padres iniciales; después, toda esa serie de perversiones que señalan el andar de los hombres, y por último, nuestras particulares rebeldías.

No es fácil valorar la depravación que el pecado implica, y entender todo lo que nos manifiesta la fe. Hemos de hacernos cargo, inclusive en lo humano, de que la medida de la injuria se mide por el estado del ofendido, por su mérito personal, por su pundonor social, por sus aptitudes. Y el hombre injuria a Dios: la criatura traiciona a su Creador. (Es Cristo que Pasa, 95)

Por redimir al hombre, Señor, pereces en la Cruz; y, no obstante, por un único pecado mortal, sentencias al hombre a una perpetuidad infeliz de suplicios…: ¡cuánto te injuria el pecado, y cuánto lo debo aborrecer! (Forja, 1002).

¿El Hombre con su sola fuerza puede salir del Pecado?

El Bautismo otorga al que lo acepta el favor de la purificación de todas las faltas. Pero el que recibe bautismo debe seguir combatiendo contra la ambición de la carne y las apetencias desordenadas. Con el favor de Dios lo alcanza. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2520).

La vivencia de nuestra fragilidad y de nuestros errores, la deconstrucción que puede generar el espectáculo lastimoso de lo pequeño o inclusive mezquinos de algunos que se denominan cristianos, el fingido fracaso o el despiste de algunas empresas apostólicas, todo ello, el corroborar la existencia del pecado y de los límites humanos, puede no obstante conformar un desafío para nuestra fe, y hacer que se manifiesten la tentación y el titubeo.

¿Dónde se encuentran la fuerza y el poder divino? Es el tiempo de reaccionar, de poner en práctica de forma más pura y más rigurosa nuestra esperanza y, por ende, de intentar que sea más sólida nuestra lealtad. (Es Cristo que Pasa, 128)

Escribió San Pedro: por Jesucristo, el Señor nos ha entregado las inmensas y preciosas gracias que había ofrecido, para hacernos parte de la naturaleza de Dios (2 Pet I,4). El hacernos divinos no quiere decir que nos apartemos de nuestra humanidad… Hombres, sí, pero con pavor al pecado grave. Hombres que aborrecen las faltas veniales, y que, si viven cada día su fragilidad, conocen igualmente la fortaleza de Dios.

De esa manera nada podrá detenernos: ni las consideraciones humanas, ni las pasiones, ni esta carne que se subleva porque somos unos bribones, ni la arrogancia, ni… la soledad. Un cristiano jamás se encuentra está solo. Si te sientes desamparado, es debido a que no deseas mirar a ese Cristo que pasa tan próximo… tal vez con la Cruz. (Vía Crucis, 6.3).

Cuando ofendo a Dios, ¿Cómo me Perdona?

En esta batalla contra la proclividad al mal, ¿quién será lo bastante valiente y cauteloso para eludir toda herida del pecado? «Ya que era requerido que, además de por motivo del sacramento del bautismo, la Iglesia tuviese la autoridad de absolver los pecados, le fuesen encargadas las llaves del Reino de los cielos, con las que pudiese otorgar perdón por las falta de cualquier pecador, aunque pecase hasta finalizar su vida» (Catecismo Romano, 1, 11, 4). (Catecismo de la Iglesia Católica, 979)

Mediante el sacramento de la Penitencia, quien recibe bautizo puede conciliar con Dios y con la Iglesia: «Los Padres contaron con mucha razón en llamar a la penitencia «un bautismo trabajoso» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39, 17). Para los que se han visto en desgracia tras el Bautismo, se requiere para la redención este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido reformados» (Concilio de Trento: DS 1672). (Catecismo de la Iglesia Católica, 980)

No has de olvidar, hijo, que para ti, aquí abajo, únicamente hay un mal, al cual le deberás temer, y eludir con la gracia divina: el pecado. (Camino, 386). ¡De nuevo a tus antiguas locuras!… Y después, cuando retornes, te adviertes con poca alegría, puesto que te falta humildad. Al parecer te obstinas en ignorar la segunda parte de la alegoría del hijo pródigo, y aún sigues encariñado a la pobre dicha de las bellotas. Arrogantemente lastimado por tu debilidad, no has decidido pedir perdón, y no sopesas que, si te humillas, te aguarda la alegre recepción de tu Padre Dios, la fiesta por tu retorno y por tu reinicio. (Surco, 65)

¿Cómo se puede evitar el Pecado?

El Espíritu Santo nos permite distinguir entre la prueba, requerida para el desarrollo del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en precepto a una “virtud comprobada” (Rm 5, 3-5), y la tentación que lleva al pecado y al fallecimiento (cf St 1, 14-15). Igualmente hemos de diferenciar entre “ser tentado” y “aceptar” la tentación.

Y para finalizar, la sensatez revela la mentira de la tentación: supuestamente su propósito es “benévolo, seductor a los ojos, deseable” (Gn 3, 6), al tanto que, ciertamente, su producto es la muerte. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2847).

“No dejarse llevar por la tentación” supone una decisión del corazón: “Ya que donde se encuentre tu tesoro, allí igualmente conseguirás tu corazón […] Nadie puede ser siervo de dos señores” (Mt 6, 21-24). “Si vivimos de acuerdo al Espíritu, obremos de acuerdo a él” (Ga 5, 25).

El Padre nos proporciona la fortaleza para este “dejarnos llevar” por el Espíritu Santo. “No has padecido tentación mayor a la medida humana. Y leal es Dios que no posibilita que seas tentado sobre tus fuerzas. Más bien, con la tentación te dará modo de poderla resistir exitosamente” (1 Co 10, 13). (Catecismo de la Iglesia Católica, 2848)

Esforcémonos para que de nuestro lado no se exhiba ni sombra de falsedad. El requisito inicial para expulsar ese mal que el Señor sanciona con dureza, es intentar obrar con la disposición diáfana, usual y actual, de oposición al pecado.

Vigorosamente, con franqueza, hemos de estimar, en el corazón y en la mente, pavor al pecado grave. E igualmente ha de ser nuestra la postura, profundamente enraizada, de aborrecer el pecado venial intencionado, de esas condescendencias que no nos despojan de la gracia divina, pero hacen débiles los cauces por los que nos ha de llegar. (Amigos de Dios, 243)

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