En la historia de la Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos se encuentra uno de los momentos de mayor profundidad y enigma de la Biblia. El análisis de este pasaje nos ha de conducir más bien a la veneración que a su investigación, ya que allí podremos ver al Señor librando la batalla definitiva contra el pecado. Entérate de mucho más a continuación.
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La Oración de Jesús en el Huerto de Los Olivos
Se conoce como la Oración en el Huerto de Getsemaní a un pasaje de la vida de Jesús de Nazaret, que se encuentra en los cuatro Evangelios, y el cual reseña el desconsuelo de Jesús antes de ser apresado y que de inicio a su denominada «pasión». Tras la Última Cena, Jesús se va a orar a un lugar al cual Mateo y Marcos identifican como el huerto de Getsemaní y Lucas le señala como Monte de los Olivos.
De acuerdo al Evangelio de Mateo, fue en compañía de los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, a quienes solicitó que oraran con él. Se adelantó un poco más que ellos y, sintiendo una intranquilidad y una aflicción agobiantes, fue a buscar el apoyo de sus prosélitos, pero estos estaban dormidos.
Fue cuando se apartó nuevamente para luego ver a sus discípulos aún dormidos. Por último, sintiendo que había llegado la hora, se acercó para ver donde se encontraban y reconocer que había sido traicionado y entregado.
El Evangelio de Marco agrega que, al tanto que Jesús rezaba, «se le manifestó un ángel del cielo que lo reconfortaba» y que, «colmado de angustia, su sudor lucia como gotas de sangre que se precipitaban a tierra.» Este pasaje continúa con la traición de Judas y el apresamiento de Jesús de parte del Sanedrín.
Develándose la Realidad en El Huerto
Tras la Última Cena, Jesús siente una inmensa necesidad de rezar. Su alma está afligida hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae apesadumbrado: se arrodilló con su cara en tierra (Mateo 26, 39), detalla San Mateo. «Señor mío, si es factible, que pase de mí esta copa; pero no sea como deseo yo, sino como deseas Tú». En Jesús se aúnan a la tristeza, un aburrimiento y una angustia letales.
Buscó apoyo al acompañarse de sus discípulos y los consiguió dormidos; pero, entre tanto, uno no estaba dormido; el traidor confabulaba con sus enemigos. Él, que es la misma ingenuidad, carga con las faltas de todos y cada uno de los hombres, y se ofrendó, con sumo amor, como Víctima para pagar en persona todas nuestras obligaciones… y de cuántos únicamente obtiene recibe olvido y desprecio.
¡Cuánto hemos de estar agradecidos al Señor por su sacrificio voluntario para liberarnos del pecado y de la muerte perpetua! En nuestra existencia pueden existir momentos de intenso dolor, en que cueste admitir la Voluntad Divina, con tentaciones de abatimiento.
La figura de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos ha enseñado a abrazar la Voluntad Divina, sin colocar impedimento alguno ni condiciones, a pesar de que por instantes roguemos ser librados, con tal de que así llegásemos a poder identificarnos con la Voluntad de Dios. Ha de ser una plegaria perseverante.
La Necesidad de la Oración
Se ha de rezar siempre, por cada uno de los nuestros y por la Iglesia; pero hay instantes en que esa plegaria se ha de acrecentar, al hacerse la lucha más fatigosa; dejarla sería como abandonar a Cristo y permanecer nosotros a merced del adversario: «en soledad me condeno; con Dios me redimo» señalaba San Agustín.
Nuestra reflexión y suplica diaria, usualmente por medio de la Santísima Virgen, para colocar el corazón con el de Ella en Dios, siendo auténtica plegaria, nos conservará vigilantes ante el rival que no descansa: «vigilen y oren para que no caigan en tentación…» Y nos hará resistentes para soportar y derrotar tentaciones e inconvenientes. Si llegásemos a descuidarnos nuestra alegría se perdería y nos sentiríamos sin energías para luchar y dar evidencia de la Verdad.
El Provecho de la Prédica
Los santos han obtenido sumo beneficio para su alma y para la Iglesia de este episodio de la existencia del Señor. Santo Tomás Moro nos enseña cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha dado fuerzas a numerosos cristianos ante inmensos problemas y tribulaciones. Igualmente él logró fortaleza con la observación de estas escenas, al tanto que aguardaba el martirio por ser leal a la fe.
Y puede auxiliarnos a nosotros a ser fuertes en las contrariedades, grandes o chicas, de nuestra existencia ordinaria y aprovecharse de ellas para reparar por nuestros pecados y ofrendar por la Iglesia.
El primer enigma doloroso del Santo Rosario puede ser el asunto de nuestra plegaria cuando nos cueste revelar la Voluntad Divina en los eventos de nuestra existencia personal y en los de la historia de la Iglesia que tal vez no comprendemos. Se puede entonces orar de manera frecuente a modo de jaculatoria:
«Deseo lo que deseas, deseo porque deseas, deseo como lo deseas, deseo hasta que desees (Misal Romano, Acción de Gracias Luego de la Misa, Oración Universal de Clemente XI)»
Padre Nuestro y la Oración Final
Procura todas las noches al ir a la cama meditar unos instantes en este paso de la tribulación de Jesús en el huerto, orando un Padre nuestro por los moribundos. Reitera entre día muy frecuentemente, a lo menos cuando se alcanza la hora: «Corazón de Jesús colocado en agonía, apiádate de los que perecen en este día. Corazón de Jesús moribundo, apiádate de los que perecen en este instante.
La Oración de Jesús en Getsemaní
Getsemaní. Momentos de aflicción humana para Jesús; momentos de paz impronunciable en lo profundo de su espíritu, ya que cumple la Voluntad Santa del Señor. Unos momentos éstos, los de la plegaria de Jesús en el Huerto de los Olivos, que llegan muy adentro del alma del cristiano. El Maestro quiso orar con los hombres y por los hombres en el instante trascendental de su entrega a la obra salvadora.
Cada pormenor de esa noche para recordar nos afecta: hemos de contemplarnos en ese dilema, para dar gracias a la benevolencias divina, para encarar en persona la Pasión y Muerte del Salvador y ahondar en este enigma. Así podremos aprender a amar y a llevar una existencia con rectitud. Vamos a actuar como Teresa de Jesús que, al apreciar la vida de Cristo, se encontraba mejor donde se le observaba más «solitario y triste».
«En particular, nos señala, me encontraba muy bien en la plegaria del Huerto. Allí era quien me acompañaba. Reflexionaba en aquel sudor y congoja que allí había padecido… Ansiaba limpiarle aquel tan lastimoso sudor. Numerosos años, las más noches antes que llegase a dormirme, cuando para ello me confiaba a Dios, siempre meditaba un poco en este pasaje de la plegaria del huerto. Y obtengo para mí que fue allí donde mi alma tuvo mayor provecho, ya que empecé a implorar sin saber qué era».
Quede por delante esta creencia clara: todos tenemos el poder de orar; con más precisión, todos hemos de orar, ya que hemos llegado al mundo para adorar a Dios, ensalzarle, servirle y después, en la otra vida, disfrutarle perpetuamente. ¿Y qué es orar? Simplemente, platicar con Dios por medio de oraciones vocales o en la reflexión. No es válida la excusa de que no entendemos o nos llega el cansancio.
Hablar con el Señor para aprender de Él, consiste en verle, en relatarle todo de nuestra vida; si le oímos, escucharemos que nos aconseja: abandona aquello, sé más afable, labora mejor, sirve a los otros, piensa bien de todos, habla con franqueza y educación…
No menospreciemos el tesoro de la plegaria, ya que se adora como se reza, y se reza como se adora. Seguramente, al contemplar al Maestro en Getsemaní, se manifestará en nuestra mente lo necesario que es orar igualmente cuando no es fácil.
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