Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa: ¿Qué es?

La Medalla de la Inmaculada Concepción, que se conoce mejor como la Medalla Milagrosa, recibió su diseño según instrucciones de la propia Santísima Virgen. Por ello no extraña que otorgue tan grandes favores a quienes la porten y rueguen por la mediación y el socorro de María. Al usar esta medalla estas difundiendo esta extraordinaria devoción al igual que lo haces al compartir este artículo.

La medalla milagrosa

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

La Medalla Milagrosa es uno de los símbolos sagrados que han sido establecidos por la Iglesia. Es una simbolización física de una sustantividad espiritual. A partir de su introducción, a la virgen de la Medalla Milagrosa se le ha reconocido por ser una poderosa fuente para atraer las gracias divinas sobre la humanidad, inclusive a manera de milagros.

¿Qué es la Medalla Milagrosa?

La Medalla Milagrosa es un sacramental, un instrumento para alistar a nuestras almas para la recepción de la gracia divina. Un sacramental te afecta primordialmente de dos maneras: limpia los pecados veniales aprestando el corazón a percibir dolor por los pecados, y sirve de ayuda para dominar las tentaciones.

Un sacramental no es un amuleto de la buena fortuna ni una variedad de pase gratis al cielo. Es, mejor dicho, un nexo entre el cielo y la tierra, una expresión física de la sustantividad espiritual del amor que Dios nos concede y de la intermediación de su Madre Bendita.

Así como un relicario que porta una foto de nuestra madre, la Medalla Milagrosa nos rememora a la Virgen María, y nos sirve para convocarla y conversar con ella cuando nos encontramos en problemas. Dios desea que utilicemos los sacramentales para tener presente las realidades espirituales, y otorga su favor de modo especial a quienes los empleen de esta forma.

El Mensaje de María a Catalina

La Virgen María notificó lo siguiente a Sor Catalina Labouré en 1830: “Haz que se acuñe una medalla de acuerdo a este modelo. Aquellos que la porten puesta obtendrán grandes favores, particularmente si la visten alrededor del cuello”. Catalina le confesó a su sacerdote en detalle cada una de las varias visiones que había tenido con la Virgen. Ella no hizo público que había obtenido el diseño de la Medalla hasta cierto tiempo previo a su deceso, 47 años luego.

Con la anuencia de la Iglesia de la Medalla Milagrosa, las medallas iniciales fueron elaboradas en 1832 y repartidas en París. Casi de inmediato, las bendiciones que María había asegurado comenzaron a esparcirse sobre quienes llevaban vestida su medalla. La devoción se difundió cual fuego. Milagros de favores, salud, armonía y prosperidad surgieron. En poco tiempo, la gente empezó a llamarla “la Medalla Milagrosa”.

En 1836 fue emprendida una averiguación canónica en París proclamando las apariciones como genuinas. No hay superstición, ni magia, en lo atinente a la Medalla Milagrosa. A la Medalla Milagrosa no se le considera  “un elemento para lograr buena fortuna”, sino más bien, es una gran manifestación de fe y confianza en el poder de la plegaria.

Sus milagros de mayor consideración son de serenidad, de absolución, de arrepentimiento y de esperanza. Dios utiliza una medalla, más que como un sacramento, como un medio, un instrumento para atraer favores maravillosos. “Las cosas fáciles de esta tierra Dios las ha elegido para desorientar a los fuertes”.

Al otorgarle la Santísima Virgen el diseño de la medalla a Sor Catalina Labouré, le señalo: “Ahora deben entregársela a todas y a cada una de las personas”. La Asociación de la Medalla Milagrosa en Perryville, Missouri, practica el pedido de Nuestra Señora de muchas formas, inclusive la de brindarle a usted una Medalla Milagrosa gratuita.

Apariciones de la Virgen María a Santa Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa. París, 1830

El año 1830 fue uno de los años más importantes, ya que es en París donde aparece por vez inicial en tiempos modernos la Virgen Santísima. Empieza lo que Pío XII denominó  la «era de María» una fase de reiteradas visitaciones divinas. Entre ellas destacan: La Salette, Lourdes, Fátima…

La medalla milagrosa

Y como en su presencia en Santa Isabel, usualmente llega para traernos gracia, para aproximarnos a Jesús, el fruto bienaventurado de su vientre. Igualmente para rememorarnos el camino de redención y advertirnos las secuelas de buscar otros caminos.

Santa Catalina Labouré

En la localidad francesa de Fain-les-Moutiers, Borgoña nace un 2 de mayo de 1806, Catalina Labouré , quien comenzó su actividad religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y tras tres meses de haberse postulado fue transferida al noviciado de París, en la Rue du Bac el 21 de abril. En esta localidad está establecida la Parroquia de la Medalla Milagrosa de modo oficial.

El Corazón de San Vicente

La principiante se hallaba presente al momento del traslado de los restos de quien fundó esta institución, San Vicente de Paul, a la más reciente iglesia de los Padres Paules a apenas unas cuadras. El brazo derecho del apóstol tuvo como destino la capilla del noviciado.

En este sagrario, a través de la novena, Catalina pudo contemplar el corazón de San Vicente en variados colores. De color blanco, queriendo significar la alianza que debía haber entre las congregaciones creadas por San Vicente. De color rojo, queriendo decir la devoción y la difusión con las que deberían contar tales congregaciones. De color rojo oscuro, para significar la aflicción por el dolor que ella sufriría.

Escuchó en su interior una voz: «el corazón de San Vicente está sumamente triste por las calamidades que se aproximan sobre Francia.» Con igual voz le fue añadido algo más tarde: «El corazón de San Vicente está más confortado por haber recibido de Dios, mediante la mediación de la Santísima Virgen María, el mensaje de que ambas congregaciones no sucumbirán en medio de estos infortunios, sino que el Señor las empleará para reavivar la fe.»

Visiones del Señor en la Eucaristía

En los 9 meses de su formación en la Rue du Bac, sor Catalina contó igualmente con el favor especial de contemplar cada  día al Señor en el Santísimo Sacramento.

Aquel domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, Dios hizo su aparición como un Rey a través del evangelio del oficio, con un crucifijo en su pecho. Súbitamente, la ornamentación real de Jesús cayó por el piso, al igual que la cruz, como unos despojos desechables. «De inmediato, según lo escrito por sor Catalina, concebí las ideas más sombrías y terribles: que el Rey de la tierra se hallaba perdido y les serian quitadas sus vestiduras reales. Cierto, se aproximaban cosa malas.»

Catalina Sueña con Ver a la Virgen

El domingo 18 de Julio 1930, el día anterior del festejo de San Vicente de Paúl, la instructora de novicias les había comentado acerca de la devoción a los santos, y sobre todo a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus expresiones, colmadas de fe y de una ardorosa compasión, despertaron en el corazón de Sor Labouré el anhelo de ver y de apreciar la cara de la Santísima Virgen. Al ser víspera de San Vicente, les habían entregado a cada una piezas de lienzo de una vestidura del santo.

Catalina así lo creyó y se acostó con la idea de que San Vicente, en unión con su ángel de la guarda, le darían esa misma noche el favor de contemplar a la Virgen como tanto anhelaba. Justamente, los favores previos obtenidos en las varias apariciones de San Vicente a Sor Catalina le aportaban una certeza ilimitada  hacia su venerable padre, y su candidez y viva ilusión no le mintieron. «La confianza logra todo cuanto sabe aguardar» (San Juan de la Cruz)

El Ángel la Despierta

Todo era quietud en el salón en el que dormitaba Sor Catalina y al acercarse las 11:30 pm escuchó que en tres ocasiones la llamaron por su nombre. Se despabiló y abriendo levemente las cortinas de su cama vio hacia el lado de donde provenía la voz y observó entonces un niño ataviado de blanco, de al parecer unos cuatro o cinco años, y el cual le señalo: «Ponte de pie pronto y ve a la capilla; la Santísima Virgen te aguarda.»

Sor Catalina se muestra dudosa ya que le da miedo que se den cuenta las otras novicias; pero el niño contesta a su inquietud interior y le indica: «No tengas miedo; a las 11:30 p.m; todas están bien dormidas. Ven yo te espero.» Ella comienza a alistarse rápidamente, vistiéndose con presteza y poniéndose a la orden  de su enigmático guía, «que se mantenía de pie sin apartarse de la columna de su cama.»

Ya trajeada Sor Catalina, el niño empieza a caminar, y ella lo escolta por «su lado izquierdo.» Por el lugar que pasaban se comenzaban a encender las luces. El cuerpo del niño desprendía vivos brillos y a su paso todo se iluminaba. Al arribar a la puerta de la capilla la consigue cerrada; pero esta se abre al momento que el niño la toca  con su pequeño dedo.

Comenta Catalina: «Mi asombro fue mayor cuando, al ingresar a la capilla, vi prendidas todas las velas y los cirios, lo que me hacia recordar la Misa de media noche.» (aun ella no ha visto a la Virgen). El niño la conduce al presbiterio, justo al lado del sillón del P. Director, en el cual acostumbraba sermonear a las Hijas de la Caridad, y allí se colocó de rodillas, y el niño se quedó de pie todo ese tiempo del lado derecho.

Le pareció haber esperado mucho ya que deseaba ver a la Virgen con anhelo. Observaba ella con cierta intranquilidad hacia el estrado del lado derecho, por si las compañeras de vela, que usualmente se detenían para realizar un acto de veneración, la podían ver. Al fin arribó la hora ansiada, y el niño le señalo: «Ve aquí a la Virgen, obsérvala  aquí.»

Sor Catalina escuchó como un ruido, como el rozar de un traje de seda, que provenía del lado del estrado, cerca del retrato de San José. Pudo ver que una señora de gran hermosura, cruzaba con majestuosidad el presbiterio, «y se dirigió a sentarse en una butaca por arriba de las gradas del altar superior, de lado del Evangelio.»

Sor Catalina en el hondo de su corazón vacilaba si de verdad se encontraba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le señalo: «Observa a la Virgen.» Era casi imposible reseñar lo que vivía en aquel momento, lo que ocurría en su interior, y al parecer no podía ver a la Santísima Virgen.

Fue cuando el niño le platicó, no con voz infantil, sino como de hombre con más energía y palabras muy sonoras: -«¿Acaso no puede la Reina de los Cielos manifestarse a una humilde criatura mortal en la forma como a ella más le plazca?»

Entonces, contemplando a la Virgen, me coloqué en un momento a su lado, me puse de rodillas en el presbiterio, con las manos puestas en las rodillas de la Santísima Virgen. «Allí ocurrieron los momentos más gratos de mi vida; no hay palabras que puedan expresar lo que sentí.»

Ella me indicó cómo debía comportarme con mi director, el modo de conducirme en las penas y asistir (señalándome con la mano izquierda) a echarse al pie del altar y tranquilizar allí mi corazón, pues allí obtendría todos los consuelos que me hicieran falta. Fue así que le pregunté qué querían decir las cosas que yo había observado, y ella me lo aclaró todo.»

Instrucciones de la Santísima Virgen

Fueron numerosas las revelaciones que Sor Catalina obtuvo de los labios de María Santísima, pero nunca podremos saber de todas, ya que en relación a algunas de ellas, le fue implantado el más completo secreto. Aun así, la Virgen le concedió algunas recomendaciones para su particular beneficio espiritual: (La Virgen es Madre y Tutora).

1.- Como debía ser su comportamiento con su director (profunda modestia y sumisión). Esto pese a que su clérigo, el padre Juan María Aladel, no era crédulo de sus visiones y le dijo que las ignorara.

2.- El modo de conducirse en las penas, (serenidad, docilidad, placer)

3.- Asistir siempre (señalándole con la mano izquierda) a echarse al pie del altar y tranquilizar su corazón, pues allí obtendría todos los consuelos que le hiciesen falta. (corazón indivisible, no alivios humanos)

La Virgen igualmente le aclaró la significancia de todas las visiones y manifestaciones que había experimentado con San Vicente y el Señor. Luego prosiguió señalándole:

«Dios ha de confiar en ti una misión; te será trabajosa, pero lo alcanzarás al saber que lo realizas para la gloria del Señor. Tú sabrás cuán benévolo es Dios. Habrás de padecer hasta que le hagas saber a tu director».

«Te asaltarán las incoherencias; más conseguirás favores; no tengas miedo. Cuéntale a tu director con fe y sencillez; confía y no temas. Observarás ciertas cosas; coméntaselas. Obtendrás inspiración en la oración».

«Los tiempos son muy aciagos, ya que desdichas caerán sobre Francia. El trono será depuesto y el mundo integro se verá abatido por desastres de todo tipo (al señalar esto la Virgen estaba muy afligida). Ven a los pies de este altar, en el cual se concederán gracias a los que las rueguen con fervor; a todos, grandes y chicos, ricos y pobres».

«Anhelo esparcir favores a tu comunidad; lo deseo con fervor. Me ocasiona dolor el que haya enormes excesos en la obediencia, el que no se acaten las reglas, el que haya tanta distensión en las dos comunidades pese a que existen almas grandiosas en ellas. Coméntaselo al que se encarga de ti, a pesar de que no sea el superior».

«En poco tiempo será colocado al frente de la comunidad. El habrá de hacer todo lo que pueda para restaurar la fuerza de la regla. Al suceder esto otra comunidad se aunará a las de ustedes».

«Llegará el tiempo en que el peligro será enorme; se considerará todo perdido; en ese momento yo estaré a tu lado, confía. Advertirás mi visita y la protección divina y de San Vicente sobre ambas comunidades».

«Más no será igual en otras comunidades, en ellas existirán víctimas (llanto en los ojos.) La iglesia de París contará con numerosas víctimas. Perecerá el señor Arzobispo».

«Mi hija, será vilipendiada la cruz, y el Corazón de mi Hijo volverá a ser traspasado; se derramará sangre por las calles (la Virgen no llegaba a hablar del pesar, las palabras no surgían de su garganta; rostro pálido.) El mundo todo se angustiará. Ella medita: ¿cuándo acontecerá esto? y una voz interna afirma: cuarenta años y diez y luego la paz».

 

 

La Virgen, luego de compartir con ella un par de horas, se esfuma de la vista de Sor Catalina como una sombra que se apaga. En esta visión de la Virgen, ésta:

  • Le participa una misión que Dios le desea encomendar.
  • Le alista con sabias recomendaciones para que se comunique con humildad y fe a su director.
  • Le advierte venideros eventos para fortalecer la fe de quienes pudieran dudar de la visión.
  • Le obsequia un vínculo familiar de madre-hija: la observa, se aproxima a ella, platican con familiaridad y simpleza, la toca y la Virgen no solo está de acuerdo, sino que al sentarse posibilita que Catalina se acerque hasta inclusive descansar sus brazos y manos en las rodillas de la Soberana del Cielo.

La totalidad de sus profecías se consumaron:

1.- La misión de Dios prontamente le fue señalada con el descubrimiento de la medalla milagrosa.

2.- Tras una semana de esta visión se iniciaba la revolución. Los rebeldes tomaron las calles de París, pillajes, muertes  y por último era depuesto Carlos X, reemplazado por el «monarca ciudadano» Luis Felipe I, gran mentor de la masonería.

3.- El P. Aladel (director) es designado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, instaura la obediencia de la regla y para la década del 60 otra colectividad femenina se junta a las Hijas de la Caridad.

4.- Para 1870 (a sus 40 años) arriba el tiempo del gran peligro, con las barbaridades de la Comuna y la ejecución del Arzobispo Mons. Darboy y otros numerosos sacerdotes.

5.- Apenas queda por realizarse el último episodio.

Aparición del 27 de Noviembre del 1830

Al atardecer del 27 de Noviembre de 1830, sábado (día de la Medalla Milagrosa), día previo al primer domingo de Adviento, en la capilla, se encontraba Sor Catalina realizando su meditación, cuando al parecer escuchó el rozar de un traje de seda que le recordaba la última aparición.

Se muestra la Virgen Santísima, ataviada de blanco con mangas extensas y túnica tapada hasta el cuello. Su cabeza estaba cubierta de un velo blanco que sin esconder su figura descendía por los dos lados hasta los pies. Al querer describir su cara apenas llegó a acertar cuando dijo que era la Virgen María en su máximo hermosura.

Sus pies reposaban arriba de un globo blanco, del que apenas se podía ver la parte superior, y apisonaban una culebra verde con manchas amarillas. Sus manos alzadas a la altura del corazón sustentaban otro globo chico de oro, el cual era coronado por una crucecita.

La Santísima Virgen conservaba una actitud implorante, como si ofreciese el globo. En ocasiones veía al cielo y en ocasiones a la tierra. Súbitamente sus dedos se colmaron de anillos ornamentados con gemas preciosas que resplandecían  y vertían su luz a todos lados, rodeándola en este instante de tal luminosidad, que era imposible observarla.

Contaba con tres sortijas en cada dedo; el de mayor grosor junto a la mano; uno de tamaño medio en el centro, y uno más chico, en el extremo. De las gemas preciosas de las sortijas emergían los rayos, que se prolongaban hacia abajo; plenaban toda la parte baja.

Al tanto que Sor Catalina veía a la Virgen, ella la observó y habló a su corazón: Este globo que contemplas (a los pies de la Santa) simboliza al mundo todo, particularmente Francia y a cada alma en lo individual. Estos rayos representan los favores que yo esparzo sobre los que los imploran. Las perlas que no emanan rayos son los favores de las almas que no ruegan.

Con estos ofrecimientos la Virgen se da a entender como la intermediaria de los favores provenientes de Jesucristo. El globo de oro (la abundancia de favores) se esfumó de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se expandieron abiertos, al tanto que los rayos de luz continuaban descendiendo sobre el globo blanco de sus pies.

La Medalla Milagrosa

En ese instante hizo su aparición una figura ovalada en derredor de la Virgen y en el lado interior se mostró escrita la siguiente llamada: «María sin pecado se te concibe, implora por nosotros, que hemos acudido a ti.» Estas palabras conformaban un semicírculo que se iniciaba a la altura de la mano derecha, ascendía por encima de la cabeza de la Santa Virgen, acabando a nivel de la mano izquierda.

Escuchó nuevamente su voz interna: «Haz que se grabe una medalla de acuerdo a este modelo. Aquellos que la porten obtendrán grandes favores. Los favores serán más copiosos para los que la porten con fe.» La visión, entonces, dio medio giro y quedo conformado en el mismo sitio lo que sería el revés de la medalla.

En dicho reverso se mostraba una M, encima de la cual había una cruz reposando sobre una barra, la cual traspasaba la letra hasta un tercio de su alto, y bajo los corazones de Jesús y de María, de los que el primero estaba rodeado de una corona de espinas, y el segundo atravesado por una espada. En su derredor había una docena de estrellas.

La misma visión se dio de nuevo, en las mismas condiciones, hacia finales de diciembre de 1830 y a inicios de enero de 1831. La Virgen señalo a Catalina: «A partir de este momento, ya no podrás ver, mi hija; pero escucharás mi voz en la plegaria.» Cierto día que Sor Catalina estaba angustiada por desconocer que inscripción colocar en el revés de la medalla, a través de la plegaria, la Virgen le indicó: «La M y los dos corazones son sumamente conmovedores.»

Símbolos de la Medalla y Mensaje Espiritual

A continuación se muestra el diseño de la Medalla Milagrosa de acuerdo a las precisas indicaciones que la Virgen María le instruyó a Sor Catalina Labouré.

En el Anverso:

– María apisonando la cabeza de la culebrea que esta encima del mundo. Ella, la Inmaculada, cuenta con el poder en virtud de su favor para vencer a Satanás.

– El color de su vestimenta y la docena de estrellas por arriba de su cabeza: la mujer del Apocalipsis, ataviada de sol.

– Sus manos expandidas, comunicado rayos de gracia, símbolo de su propósito de madre e intermediadora de los favores que esparce sobre el mundo y a aquellos que los imploren.

– Jaculatoria: doctrina de la Inmaculada Concepción (previa a la definición dogmática de 1854). Misión de mediación, confianza y petición a la Madre.

– El globo debajo de sus pies: Soberana del cielo y tierra.

– El globo en sus manos: el mundo ofrendado a Jesús por sus manos.

En el Reverso:

– La Cruz: el enigma de la salvación, precio pagado por Cristo. sumisión, martirio y entrega.

– La M: señal de María y de su gravidez espiritual.

– La barra: es un símbolo del alfabeto griego «yota» o I, que es inicial del nombre, Jesús.

Reunidos ellos: La Madre de Jesucristo en la Cruz, el Redentor.

– La docena de estrellas: señal de la Iglesia que Cristo crea sobre los apóstoles y que surge en el Calvario de su corazón atravesado.

– El par de corazones: la corredención. Unidad indivisible. Futura veneración a los dos y su reinado.

Nombre:

La Medalla se denominaba en principio: «de la Inmaculada Concepción» pero al propagarse la devoción y existir numerosos milagros otorgados mediante ella, se le nombró de forma popular «La Medalla Milagrosa.»


Santa Catalina Labouré

Venida al mundo un 2 de mayo de 1806 en la localidad francesa de Fain-les-Moutiers, en Borgoña. Su familia trabajaba el campo y quedó huérfana de madre a sus 9 años, cuando fue encomendada para que la Santísima Virgen le sirviera de madre, y la Madre de Dios admitió su pedido. Al irse su hermana mayor como monja vicentina, Catalina quedó encargada de las faenas de la cocina y del lavadero en la vivienda de su padre, por lo que no aprendió a leer y escribir.

Al alcanzar los 14 años pidió a su padre que le autorizara para irse de novicia a un convento pero él, que la requería para atender los cuantiosos oficios hogareños, no le dio permiso. Ella le imploraba a Nuestro Señor que le diera lo que tanto anhelaba: ser religiosa.

Y cierta noche contempló en sueños a un viejo sacerdote que le indicaba: «Un día me apoyarás en el cuidado de los enfermos». La figura de ese religioso la guardó por siempre en el recuerdo.

Fue a sus 24 años, cuando pudo lograr que su progenitor la dejara ir de visita a la hermana religiosa, y al arribar a la sala del monasterio contempló allí el cuadro de San Vicente de Paúl y se percató de que ese era el viejo religioso de sus sueños, el que le había convidado a ayudarle con el cuidado de los enfermos. A partir de esa fecha se planteó ser hermana vicentina, y tanto persistió que al fin fue recibida en la comunidad.

En fecha 27 de noviembre de 1830 encontrándose Santa Catalina orando en la capilla del monasterio, la Virgen María se le mostró completamente resplandeciente, esparciendo de sus manos bellos rayos de luz hacia la tierra.

Ella le encargó que elaborara una imagen de Nuestra Señora así como se le había mostrado y que ordenara acuñar una medalla que tuviese de un lado las iniciales de la Virgen María «M», y un crucifijo, con esta oración «Oh María, sin pecado se te concibió, implora por nosotros que acudimos a Ti». E hizo promesas de gracias muy especiales para quienes porten esta medalla y rueguen esa oración.

Catalina le participó a su sacerdote esta aparición, pero él no la tomó en cuenta. No obstante el sacerdote al percatarse de la santidad de Catalina, intermedió ante el Arzobispo para lograr el permiso para elaborar las medallas y por lo tanto, los milagros.

A partir de 1830, fecha de las visiones, hasta 1876, fecha de su deceso, Catalina permaneció en el monasterio sin que nadie se enterase de que a ella era a quien se le había mostrado la Virgen María para encomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años logró que se colocara una imagen de la Virgen Milagrosa en el lugar en el cual había hecho su aparición.

Por último, ocho meses luego de su deceso, muerto ya su antiguo sacerdote, Catalina le hizo saber a su nueva superiora acerca de todas las visiones con todo detalle y se llegó a conocer quién era la dichosa que había contemplado y escuchado a la Virgen. Por eso al morir ella, todo el pueblo se hizo presente en sus funerales. No fue sino hasta 1947 que el santo Padre Pío XII proclamó Santa a Catalina Labouré.

Conversión de Ratisbone

Alfonso Ratisbone fue un jurista y banquero, judío, que contaba con 27 años. Expresaba su enorme aversión a los católicos ya que su hermano Teodoro se convirtió y ordenó como sacerdote, y portaba como distintivo la medalla milagrosa y batallaba por la conversión de los judíos.

Alfonso consideraba casarse algo después con una hija de su hermano de más edad, de nombre Flora, una década menor que él, cuando para enero de 1842, en un viaje de paseo a Nápoles y Malta, por un error de trenes arribó a Roma. Allí se sintió en el compromiso de visitar a una amistad de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante devenido al catolicismo.

El barón le atendió cordialmente y se ofreció a mostrarle la ciudad. En un encuentro en el cual Ratisbone expresaba barbaridades de los católicos, este barón le oyó con suma paciencia y por último le dijo: «Ya que usted está tan confiado de si, hágame la promesa de portar consigo lo que le voy a entregar  -¿Qué será? Esta medalla.

Alfonso la repudió con indignación y el barón contestó: «De acuerdo a sus ideas, el admitirla le debía dejar a usted apático. En contraste a mi me causaría complacencia.» Comenzó a reír y se la colocó señalando que él no era testarudo y que era un momento divertido. El barón se la colocó al cuello y le hizo orar el Memorare.

El barón solicitó oraciones a diversas personas entre las que estaba el conde La Ferronays quien le indicó: «si le ha colocado la medalla milagrosa y le ha hecho rogar el Memorare, con seguridad se ha de convertir.» El conde falleció repentinamente un par de días luego. Se llegó a conocer que en esos dos días había acudido a la basílica de Santa María la Mayor a implorar cien Memorares para que Ratisbone se convirtiera.

En los alrededores de la Plaza España se hallaba el barón con Ratisbone en su postrer día en Roma y este le convida a pasear. Pero previamente debía asistir a la Iglesia de San Andrés a preparar lo del funeral del conde. Ratisbone le hace compañía a la Iglesia. He aquí su declaración de lo que en esa fecha aconteció: «a los pocos instantes de llegar a la Iglesia, me sentí sometido a una turbación incomprensible. Levanté la mirada y me lució como si el edificio entero se desvanecía de mi vista.

Uno de las sagrarios (el de San Miguel) había atraído toda la luz, y en el centro de aquella brillantez hizo su aparición sobre el altar, resplandeciente y colmada de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como aparece labrada en la medalla. Una fuerza que no podía resistir me llevó hacia el sagrario. Fue así cuando la Virgen me hizo un ademán con la mano como pidiéndome que me pusiera de rodillas… La Virgen no dijo nada pero le entendí todo.»

El barón lo consigue arrodillado, sollozando e implorando con las manos unidas y dándole un beso a la medalla. Algún tiempo después es bautizado en la Iglesia del Gesu en Roma. Por mandato del Papa, se da inicio a un proceso canónico, y fue proclamada «auténtico milagro.» Alfonso Ratisbone ingresó en la Compañía de Jesús. Se le ordenó como sacerdote y asignado a París donde estuvo colaborando con su hermano Teodoro en los catecumenados para convertir a los judíos.

Tras haber formado parte de los Jesuitas por una década, con autorización deja la orden y crea en 1848, las religiosas y las misiones de Nuestra Señora de Sión. En apenas los diez años iniciales Ratisbone logró la conversión de 200 judíos y 32 protestantes.

Obró afanosamente en Tierra Santa, alcanzando a adquirir el antiguo pretorio de Pilato, que transformó en convento e Iglesia de las religiosas. Igualmente logró que estas religiosas creasen un hospicio en Ain-Karim, lugar de su santo deceso en 1884 cuando contaba con 70 años.

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