Cuando la Iglesia Católica se refiere a la paternidad responsable, ¿qué es lo que nos quiere dar a entender? ¿está diciéndonos que hay que tener muchos hijos o pocos hijos?, ¿se estará refiriendo sólo a los que se puedan mantener económicamente?, ¿es admisible cualquier “método” para limitar los nacimientos?.
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¿Qué es la paternidad responsable?
Intentar hacer una definición de paternidad responsable es encontrarse con opiniones y puntos de vista cuya diferencia se encuentra en la profundidad de la materia, debido a que algunos utilizan parcialmente este concepto para justificar sus objetivos institucionales, teniendo como posible justificante la salud reproductiva, pero estas iniciativas encuentran una posición crítica en los postulados de la Iglesia Católica.
La paternidad responsable se trata de un proceso de discernimiento que corresponde realizar a los esposos, de mutuo acuerdo, con generosidad y delante de Dios, con relación a la necesidad de procrear y de establecerse como una familia.
La paternidad y maternidad responsable es un ejercicio de utilizar la inteligencia de manera recta, en la transmisión de la vida. Ello supone ser consciente de que traer una nueva vida no es algo sencillamente biológico, sino que compromete a los padres en su razón, en su voluntad y en su dimensión espiritual. Quiere decir buscar, de forma consciente y generosa, la voluntad del Padre, sobre la dimensión de la propia familia y decidir el modo concreto de realizarla.
Para poder comprender el pensamiento cristiano en este tema, hay que tomar en consideración un principio fundamental: el magisterio de la Iglesia indica que tener un hijo representa tener un bien preciado, no algo que haya que evitarse a priori, y es un don, no un derecho.
¿Cuál debe ser la actitud de los futuros padres?
La paternidad responsable se trata, por encima de todo, de que los esposos tengan una actitud hacia ese nuevo hijo: el problema de esta cuestión es si ellos son “dueños”, o si en realidad son los “administradores” de esa paternidad.
Al pensar en tener un hijo o evitar un nuevo nacimiento, los esposos deben valorar sus condiciones físicas, psicológicas, económicas y sociales. Y al llevar a cabo lo que hayan decidido, conocen y respetan las leyes biológicas, dominan su propia tendencia sexual y excluyen la anticoncepción, que es lo que indica Carlo Caffarra en el Lexicón del Consejo Pontificio para la Familia.
En la encíclica Humanae Vitae, la Iglesia expuso una postura clara en el año 1968, respecto a algunas realidades complejas de la primera mitad del siglo XX. En aquel momento se estaban elaborando, inventado y aplicando nuevos sistemas que pretendían implementar la regulación de la natalidad ante la inminente explosión demográfica y el estrés del sistema de vida y de trabajo.
Primera mitad del siglo XX
Durante ese período se inventaron la biogenética y la píldora anovulatoria, se promocionaba el aborto y la liberación femenina que proclamaba la llamada “salud reproductiva”. Aún hoy el concepto de paternidad responsable sigue provocando diversas, e incluso, opuestas interpretaciones, que normalmente están vinculadas con la supuesta necesidad de reducir los nacimientos y con el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo.
Juan Pablo II aclaró que “el verdadero concepto de paternidad y maternidad responsables está unido a la regulación de la natalidad honesta desde el punto de vista ético”, es decir, que se refiere a una actitud que está basada en la madurez de la persona que subraya la virtud de la templanza del ser humano que profesa la fe
Paternidad responsable y paternidad planificada
La paternidad responsable no es lo mismo que paternidad planificada. Los motivos que llevan a espaciar un nacimiento deben ser graves y ponderados. Tratar de conjugar el amor entre los esposos, con la responsabilidad de la transmisión de la vida implica reconocer en persona ante Dios nuestros propios deberes y que no estamos actuando por capricho, sino con conciencia.
Así, teniendo en cuenta los criterios objetivos, que deben ser tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, que con los que mantienen íntegro el sentido de la entrega mutua y de necesidad de la procreación humana, podrán decidir si forman una familia numerosa o bien, por graves motivos y tomando en cuenta la ley moral, evitan tener un hijo, durante algún tiempo o por lapso indefinido.
Si toman la decisión de espaciar los nacimientos de sus hijos, tienen que estar seguros de que ese deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Además, deben practicar sinceramente la castidad conyugal y respetar los aspectos esenciales de las relaciones sexuales, cuya finalidad última es la procreación.
Los métodos lícitos
En ese contexto, resulta lícito y conforme a la ley moral, tomar en cuenta los ritmos del cuerpo de la mujer y recurrir a los métodos naturales que existen para poder regular la fertilidad, limitando mantener las relaciones sexuales a los periodos de infecundidad.
Además, cuando se mantienen relaciones sexuales, cada uno debe aceptar libremente que como resultado de ellas podría ser padre o madre, y, si eso es lo que ocurriera, la concepción es imprevista. Karol Wojtyla advierte en su libro Amor y responsabilidad que “si faltara esta disposición, deberían renunciar a las relaciones conyugales”.
El decisión sobre tener un hijo o no debe llevarse a cabo dentro de las limitaciones morales, porque no puede utilizarse cualquier método para limitar los nacimientos. Poder usar la inteligencia en la transmisión de la vida da un verdadero sentido a la paternidad, siempre que exista una recta voluntad y se respeten las leyes de la naturaleza, que fueron establecidas por el Creador. Esto es radicalmente diferente a los anticonceptivos artificiales, con los que se pretende imponer la voluntad humana de hacer imposible la procreación.
Utilizar legítimamente una disposición natural para limitar los nacimientos es totalmente diferente a impedir el desarrollo de los procesos naturales; es la diferencia entre actuar como administradores de las fuentes de la vida humana y creerse dueños de ellas.
Sólo en el primer supuesto, los esposos evitan conscientemente las relaciones sexuales en los periodos de fecundidad y las mantienen en el resto del tiempo de infecundidad para manifestarse afecto y salvaguardar la fidelidad mutua. Además, el dominio de sí mismo que exige practicar la abstinencia sexual periódica muestra respeto hacia el cuerpo de los esposos y favorece la educación de una libertad auténtica.
Los métodos artificiales
En este contexto, utilizar los medios artificiales de contracepción como el preservativo, el DIU o la píldora es material y moralmente contrario al bien de la transmisión de la vida y a la entrega recíproca de los cónyuges, además causa lesiones al verdadero amor y niega el papel decisorio de Dios en la transmisión de la vida; se afirma que hacer voluntariamente infecundo un acto conyugal es quitarle su verdad interior, que son la unión amorosa y la fecundidad potencial, es deshonesto y sigue siéndolo, aun en el devenir de una vida conyugal fecunda.
Sin embargo, recurrir a los métodos naturales, que, en un principio, son éticamente aceptables, pero haciéndolo de manera egoísta y sin tomar en cuenta los principios éticos de la paternidad responsable, es también contrario a la voluntad de Dios. La extensión ética de la decisión de tener un hijo o no es tan esencial, que sin ella ya no se puede determinar cuál es la diferencia entre los métodos naturales y los artificiales.
En ese caso, la interpretación utilitarista que se le puede dar a la regulación natural de la fertilidad falsearía su esencia y se llegaría a hablar de ella como si se tratara sólo de una forma más de anticoncepción.
Conclusión sobre lo que es la paternidad responsable
En la medida de lo posible, es deseable que las gestaciones sean planificadas, para que ocurran en el momento en que la pareja lo desea. Pero esta decisión debe partir de la pareja, previo conocimiento y educación de la misma, para que se eviten imposiciones que pueden incluso naturaleza política.
Además, los padres deben tener conciencia que el procrear un ser humano, ello implica no sólo un compromiso y deber reciproco entre la pareja, sino también ante el hijo, la familia y la sociedad. No sólo se trata de una decisión que les concierne a ellos, sino que tendrá efectos en la totalidad de la familia, e influirá de forma acertada o no en la sociedad, ya que la familia no es una isla en la sociedad, sino que es la célula básica de la sociedad.
En resumen, es «dar vida en plenitud», tener los hijos que se desean, para transmitirles vida «en plenitud». Es decir, que sean los padres, y no otros familiares o personas, quienes enseñen a sus hijos, día a día, no sólo con palabras, sino también con ejemplos, a convertirse en verdaderos seres humanos, lo que requiere una mínima preparación adecuada.
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