¿Practicas la religión católica?. Conoce a través de este artículo las diversas oraciones y devociones católicas, de forma sencilla y práctica para diferentes ocasiones.
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¿Qué es orar?
A través de la Biblia de la religión católica, podemos observar de forma clara que orar significa hablar con Dios. Al orar, abrimos nuestro corazón a Él para contarle cómo nos sentimos y lo que deseamos. En Mateo 6:5-8, Jesús habla sobre la oración. Establece que al orar, no debe hacerse con hipocresía. A los hipócritas les gusta orar de pie en las esquinas de las plazas y en las sinagogas, en donde muchas personas puedan verlos.
Por otro lado, orar debe hacerse de manera personal y secreta. De esta forma, Dios, quien ve todo lo que se hace en secreto, te brindará tu merecida recompensa. Al mismo tiempo, al orar, no sólo se habla por hablar, como hacen los gentiles, pues ellos piensan que serán escuchados por su cantidad de palabras. Dios sabe lo que necesitamos incluso antes de que lo pidamos.
Con esto podemos observar que la oración es sólo entre nosotros y Dios. No es un método para impresionar a los demás, pues nuestro corazón no demuestra la actitud correcta si nuestro objetivo al orar es impresionar a otros y hacer que admiren nuestras palabras. Nuestro mayor deseo al orar debe ser pasar tiempo con Dios, hablándole desde lo más profundo de nuestro corazón.
Si bien es cierto que Él sabe lo que necesitamos sin que lo digamos, le encanta escuchar la voz de sus hijos. De esta forma, uno de los principales objetivos de la oración es fortalecer la relación con Dios, acércanos a Él, pasar tiempo con su presencia y compartirle lo que hay en nuestro corazón y en nuestra mente. La oración se realiza porque es importante y vital para todo practicante de la religión católica.
A lo largo de este artículo descubriremos algunas de las más utilizadas oraciones y devociones católicas, así como su significado y utilidad. Existe una gran cantidad de devociones católicas alrededor del mundo, cada una con funciones distintas, adaptándose a los deseos y objetivos de cada practicante de la religión.
Cómo orar
Es posible que como practicantes de la religión católica entendamos lo importante que es orar en nuestro día a día, pero tal vez no sepamos cómo hacerlo. Desde las oraciones antiguas católicas, cada una de ellas se inicia con una actitud de alabanza, como «padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…», así debe ser iniciada cada oración, reconociendo la grandeza de Dios, demostrando actitud de alabanza y humildad.
El siguiente paso es expresar nuestra confianza en el Señor, a través de expresiones como «hágase tu voluntad». Así mismo, le hacemos saber que lo mejor que puede sucedernos es que su reino se manifieste en nuestro plano. Declaramos que su reino y su voluntad son lo más sano para nosotros y de ello depende el rumbo de nuestras vidas, pues en donde Él se manifiesta pueden suceder grandes cosas.
A continuación procedemos a presentarle nuestras peticiones a través de la oración, nuestras provisiones para el día. Él sabrá qué necesidades físicas y emocionales tengamos durante el momento y cómo suplirlas. El siguiente paso es reconocer la necesidad de perdón mientras se lo pedimos a Dios, al mismo tiempo examinando dentro de nuestros corazones si realmente somos capaces de perdonar. Una vez reconocido el perdón en las oraciones y devociones católicas, debemos alabar nuevamente, pero no sin antes pedir su ayuda y protección para evitar caer en el mal y las tentaciones.
Orar puede aliviar nuestras inquietudes, mostrándonos el camino que debemos tomar y brindarnos calma en los momentos más difíciles. Hacerlo de la forma más adecuada ayudará a que nos sintamos escuchados y aliviados al mismo tiempo, demostrando a Dios que creemos en él y lo recordamos cada día.
¿Por qué orar?
Si eres practicante de la religión católica, orar es de vital importancia para conectarte con Dios. La oración debe ser un ritual que forme parte de tu día a día, pues hablar con tu ser superior te ayudará a encontrar las herramientas necesarias para resolver tus problemas, así como el camino correcto que debes seguir.
A su vez, orar nos permite demostrar nuestro respeto y confianza hacia Dios, en donde aceptamos que nuestro destino está en sus manos y confiamos plenamente en que sus planes para nosotros siempre tendrán buenos resultados, incluso si no se desarrollan de la forma en la que deseamos; pues Dios nos da lo que realmente necesitamos y nos hace bien, no lo que queremos.
Para muchas personas, la oración puede ser terapéutica, sirviendo como desahogo, pues logran decir en voz alta aquello que les inquieta y se sienten escuchados, aunque no puedan ver a nadie a su alrededor. La espiritualidad es algo maravilloso que fluye en todos los individuos de formas diferentes. En este caso, la espiritualidad fluye a través de la creencia en un ser superior al que llamamos Dios. En Él encontramos refugio y alivio a través de nuestras oraciones.
Orar no debe hacerse de forma obligatoria, sino porque nace de nuestro corazón, porque queremos hablar con Dios y conectarnos con Él cada día más. Ser católico implica demostrar el compromiso con Dios a través de nuestras buenas acciones, oraciones y confesión de nuestros pecados asistiendo a misa cada vez que lo necesitemos.
Sin embargo, hay muchas cosas que debemos saber y entender sobre esta religión, y es por eso que a lo largo de este artículo te brindaremos información sobre factores importantes sobre el catolicismo como La Santa Misa, la Crucifixión, los mandamientos de Dios, entre otros.
Crucifixión
A través de la crucifixión, Jesús habla en Español, contándonos todo lo sucedido el día de su muerte en nuestro propio idioma. Cuenta que él sabe perfectamente lo que es ser víctima de violencia. Siempre estuvo escarnecido, nunca bastante ofendido, como si se tratara de un muñeco que se tira y se maltrata. Pasó de manos de los soldados de Herodes a los soldados de Pilatos.
Estos hombres estaban acostumbrados a todo tipo de aventuras, llevando toda su crueldad hacia Jesús, teniendo el atrevimiento de preguntarle por qué se había quedado sin fuerzas, porqué se había fatigado demasiado. Uno, más que los otros, estaba poseído por Satanás y fue quien clavó en su cabeza las terribles espinas. En sus manos, aquellos soldados tenían a un ser casi condenado y el permiso de Herodes y de Pilato para que hicieran lo que desearan con él.
Luego de haber sido “coronado” con esas crueles espinas, le escupían en el rostro, le daban puñetazos y puntapiés. Sus risas y carcajadas al ver lo que le sucedía eran diabólicas, lo mataban antes de la hora. Los soldados le decían, en tono de burla: Salve Rey de los Judíos, ¿en dónde están tus súbditos? ¿Son tan fieles a ti? ¡El rey de los Judíos va a morir!
Su deber era custodiarlo, el resto de sus acciones eran controladas por Satanás y su gran placer de reducir el hombre a poco más que un estropajo. Herodes se contentó inexplicablemente a ver a Cristo adornado como un rey de burla. La ropa que lo obligó a ponerse lo incitó hasta la blasfemia y su silencio lo frustró hasta el despecho, pues el creador no tiene nada que decir a la criatura, cuando ve la obstinación en la culpa. Nada, porque en ciertos casos, el obstinado ya es un condenado.
Las personas reían, le daban más y más palazos, hasta en su cabeza. Le arrojaron un manto púrpura en la espalda, como a un rey. Jesús ya se encontraba cansado y aturdido de tantos golpes y de tanto dolor que le hacían sufrir. La sangre que escurría de la corona de espinas se metía en sus ojos, lo quemaba y no le permitía ver.
Herodes era un asesino, inmerso en vicios innombrables, y sus soldados imitaban sus actos, los cuales no eran para nada heroicos En manos de esas personas crueles estaba la humanidad de Jesús, siendo azotada hasta sangrar, sin poder abrir la boca, sin poder decir ni una palabra. Por otro lado, los soldados romanos, puestos al servicio de Pilato, eran menos bestiales; sin embargo seguían siendo malvados.
Entre los soldados romanos estaba el poseído de Satanás, el que coronó a Jesús para siempre con la corona de espinas, corona sangrienta y diadema de valor estimable. El poder de Jesús los venció a todos. Aún es el vencedor de todos los tipos de violencia y no acepta la lucha de nadie sino para obtener victoria.
Igualmente a través de la crucifixión, Jesús da a conocer uno de sus dolores anteriormente desconocidos para el hombre. Cuando lo encerraron en el calabozo, calentaron un hierro y marcaron su espalda con él. Sintió tanto dolor que casi muere a causa de ello. Las gotas de sudor corrieron por todo su cuerpo, su visión se oscureció y sus piernas se debilitaron. Su madre podía verlo todo por visión sobrenatural, y sus lágrimas de sangre traspasaron su alma como una filosa lanza.
Más tarde, durante la flagelación, la carne quemada de su espalda fue arrancada por los fuertes golpes de los verdugos. Ese dolor que Él y su madre sintieron fue más grande de lo que ninguna mente podrá entender jamás.
Luego de ser flagelado, los soldados escupieron sobre su cuerpo y le dieron fuertes golpes en su cabeza, dejándolo aturdido repetidas veces. Recibió patadas en el estómago, las cuales le quitaron el aliento y lo hicieron caer al suelo, gritando y gimiendo del dolor. Fue la mayor diversión para esos crueles soldados, que se turnaban para patearlo. Estaba irreconocible. Su cuerpo fue destrozado al igual que su corazón. Su carne, desgarrada, colgaba de su cuerpo.
Uno de ellos lo levantó y arrastró, pues sus piernas ya no podían funcionar correctamente. Luego le pusieron una de sus ropas. Lo siguieron arrastrando y golpeando de forma repetitiva. Rompieron su nariz y rostro, hostigándolo. Jesús podía escuchar sus injurias, sus gritos y sus burlas que resonaban con gran odio. Le preguntaban si todos los judíos eran traidores. Al coronarlo con esa terrible corona de espinas trenzada, se burlaban de él, ordenándole imitar a un verdadero rey.
Sus pies fueron atados con cuerdas y se le ordenó caminar hacia donde se encontraba su cruz. Sin embargo, él no podía ir debido a sus pies atados. Lo tiraron al suelo y lo arrastraron del cabello hacia ella. Su dolor era intolerable. Entonces, desataron los nudos de sus pies y le dieron patadas, obligándolo a cargar su cruz en sus propios hombros. Él no podía ver en dónde estaba su cruz, pues sus ojos se encontraban llenos de sangre que goteaba a causa de las espinas, las cuales habían penetrado su cabeza, provocándole un inmenso dolor.
Por lo tanto, los crueles soldados y el poseído de Satanás, levantaron la cruz y la pusieron sobre sus hombros, empujándolo hacia la cruz. Era muy pesada la carga que tuvo que llevar. Avanzó, tambaleándose, guiado por el látigo detrás de él. Al mismo tiempo, intentaba ver el camino a través de la sangre que le quemaba los ojos.
Entonces, sintió que alguien enjuagaba su rostro. Mujeres, en agonía, se le acercaron para limpiar cuidadosamente su rostro hinchado. Él las escuchaba llorar y les dijo “¡Benditas sean!”. Aclamó que su sangre lavaría todos los pecados de la humanidad, que su salvación había llegado. Se levantó con gran dificultad, pero la multitud no hizo más que enfurecer.
No había ningún amigo de Jesús en la multitud, nadie quien lo apoyara, nadie que lo consolara. Su agonía se volvió más grande y cayó nuevamente al suelo. Para evitar que Jesús muriera antes de la Crucifixión, los soldados ordenaron a un hombre llamado Simón, que llevara la cruz. No fue un gesto de compasión, sino por sus propios intereses, para que llegara vivo a la cruz y poder culminar la tortura.
Al llegar al monte, fue aventado al suelo. Sus vestiduras fueron arrancadas, dejándolo desnudo, a la vista de todos los presentes. Sus heridas volvieron a abrirse debido al maltrado y su sangre corría sobre la tierra. Su madre corrió hacia él, cubriendo su desnudez con su velo. La apartaron, pero al notar su angustia, comprendieron su aflicción y no le arrancaron su ropa completamente, dejándole lo que traía bajo su túnica.
Los soldados le ofrecieron vino mezclado con hiel. Sin embargo, él, lleno de la amargura que le causaron sus enemigos, lo rechazó. A continuación, procedieron con su horrible tortura. Rápidamente clavaron sus muñecas hasta que los clavos traspasaran su cruz. Luego estiraron su cuerpo destrozado y, agresivamente, atravesaron también sus pies.
Había una distancia de aproximadamente tres metros entre cruz y cruz. La de Jesús en el medio, y un ladrón a cada lado. Su cruz era la más alta. Estando una persona abajo de pie, sus pies comenzaban en donde terminaba la cabeza de esa persona. Así se calculó todo para poder exponer a Jesús frente a cada una de las personas que allí estaban.
Los romanos cerraron el sector para que la multitud los dejara trabajar tranquilos, no por consideración a Jesús. Solamente dejaron pasar a su madre y a Juan. Podían escuchar a la multitud gritar todo tipo de insultos y blasfemias hacia él. Su sufrimiento, agonía y tormento eran notorios. Había sido abandonado por sus bienamados, renegado por Pedro, sobre quien fundaría su iglesia y renegado por el resto de sus amigos.
Lo dejaron completamente solo con sus enemigos. Lloró, su alma estaba totalmente llena de dolor. Los soldados luego levantaron su cruz y la colocaron dentro del agujero previamente preparado. Jesús miró hacia la multitud con dificultad, debido a sus ojos hinchados. No vio a ningún amigo, entre todos los que se burlaban de su miseria y su dolor. Nadie vino a consolarlo.
Le preguntó a Dios por qué lo había abandonado, por qué había sido abandonado por todas las personas que amaba. Entonces, su mirada se posó sobre su madre y sus corazones hablaron. Jesús le dijo que le entregaba a sus hijos bienamados, para que fuesen también sus hijos. Así María se convirtió en la madre de todos los hombres.
Todo había terminado y la salvación estaba cerca. Jesús vio abrirle los cielos y todos los ángeles estaban ahí, de pie y en silencio. “Padre Mío, en tus manos encomiendo mi espíritu. Estoy contigo ahora”. Así, Jesucristo dictó a todos los humanos su agonía. Igualmente pide a todos sus hijos que penetren mapas profundamente en sus llagas, que escuchen los latidos de su corazón.
Su pasión se repite cada día, todos los días es arrastrado por el camino del calvario por los que no siguen ya su senda. Sus agonías son cada día más grandes y multiplicadas al ver a sus hijos dirigirse al fuego eterno. Su corazón se hunde y se vuelve más pesado cuando nota tanta ingratitud en la tierra, y su cuerpo es flagelado sin piedad alguna.
Jesús sufre. Sin embargo, ha llenado nuestras casas de cosas buenas, dándonos su paz y amor profundo diariamente. Aún así, es coronado con una corona de espinas por las mismas personas a las que dio su paz y amor. Ante ellos él es como un mendigo, con su corazón en la mano, suplicando. Y a cambio de una mirada amable, ellos sólo se burlan, le escupen, lo golpean y lo llevan al monte, en donde lo vuelven a crucificar.
Él se consume lentamente, mientras su sangre se derrama sin nada que la detenga. Es crucificado de nuevo diariamente por los pecadores. Y necesita descansar. “¿Me dejarás descansar?” Pregunta Jesús. Él es quien los ha librado de la muerte, por ellos fue perseguido. Desfigurado por los golpes, escupido, despreciado y humillado por la salvación de los humanos.
Y por la liberación de otros, se dejó traspasar por aquellos mismos a quienes creó. Ellos perforaron y dañaron las manos que los crearon, y a través de sus llagas nos ha sanado. Así, Jesús nos pide volver a él, reconciliarnos y vivir santamente abandonando nuestros caminos.
Jesús ha visto a esta generación alejarse de él, con dolor y lágrimas, mientras ellos siguen el vicio en vez de la virtud, la muerte en vez de la vida. Porque han confiado en la mentira, concibiendo el racionalismo que dio luz al ateísmo. ¿Por cuánto tiempo deberá permanecer Jesús abandonado y solo detrás de cada tabernáculo, mientras corren lágrimas de sangre por sus mejillas, desgarrando cada fibra de su corazón?
Sus agonías de Getsemaní se repiten hora tras hora en su alma. Debemos entrar en sus llagas para comprender su agonía, su dolor y su sufrimiento; todo lo que ha pasado para salvarnos a nosotros, quienes sólo le pagamos con un pecado tras otro, cayendo en los vicios y en el ateísmo.
Cristo ya había previsto cómo, a pesar de su sacrificio, se levantarían clanes contra él y dividirían su cuerpo, iniciando nuevas doctrinas. Y que una vez que su sentido de lo que es cierto y falso estuviese completamente cubierto por su discordia, perderían el sentido de la fraternidad. Desde entonces, el gemido de sus ovejas ha perforado sus oídos. Ahora, como un eco, su clamor desde la cruz sale a diversas naciones para llamar a sus hijos de regreso y hacerlos uno.
Esas lágrimas de sangre que corren por sus mejillas, se derraman por cada uno de sus hijos. Son lágrimas provocadas por todos los pecados e impurezas. Las marcas en su cuerpo, sus heridas abiertas, con casadas diariamente, sin piedad alguna, por aquellos a quienes más ama, pero ahora le han dado la espalda. Sin embargo, fueron ellos quienes dijeron que querían aprender los caminos de Cristo y seguirle.
Intelectualmente, ellos están en la oscuridad y hasta que no mueran a sí mismos, no podrán tener la capacidad de ver la luz. Sin embargo, en días de cuaresma, Cristo viene nuevamente a ellos, sus hijos pecadores, justos o injustos, o rechazados por la humanidad. En este mundo viene a pedir de ellos, su reconciliación.
Es necesario reconciliarnos con nuestros hermanos, pues al reconciliarnos con ellos, lo hacemos con Cristo, nuestro Dios. Debemos ofrecerle nuestra paz, así como él nos ofrece la suya. Debemos imitarlo y ser santos. Sacrificaros y ayunar para poder crecer en su espíritu, que es amor, santidad y verdad.
Durante la cuaresma, Jesús derrama su espíritu en sus naciones para que estas crezcan al igual que la hierba, en donde hay agua en abundancia. Él desciende de esa forma para llenar las reservas de la nación con su fruto. Viene a despertarnos del letargo y a alejarnos de los malos caminos, aquellos que nos alejan de él.
En esta época, hace un llamado especial a todos aquellos que están bajo su nombre y trabajan haciendo lo posible por mantener la paz y la unidad entre todos nosotros. Les pide que vengan a él como niños, que lo miren de frente y respondan las siguientes preguntas: ¿han hecho todo lo posible para preservar la unidad del cuerpo de Jesús? ¿Están tratando de estar unidos nuevamente a sus creencias de forma honesta?
Jesús nos dice que renovemos nuestra mente a través de la revolución espiritual, la revolución de amor. Es necesario dejar ir nuestros rencores, aquellos que guardamos contra otros. Debemos ir hacia él puros y renovados. No seamos como la sal que ha perdido su sabor, sino como un árbol del cual brotan hermosos frutos, frutos de la santidad. Cumplamos su ley ayudándonos unos a otros, siendo uno solo y preocupándonos por cada uno de nuestros hermanos.
La Santa Misa
Jesús creó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre con el objetivo de perpetuar el sacrificio de la cruz, así como confiar a su iglesia el memorial de su muerte y su resurrección: el sacramento de piedad, que es un signo de unión, caridad, y el banquete pascual en donde se recibe su cuerpo, el alma se llena de gracia y se nos otorga una prenda de la gloria por venir.
La misa es sacrificio y es banquete. Es sacrificio desde la consagración del pan y el vino, en el alta en donde se ofrece el mismo Cristo que fue sacrificado en aquella cruz. El valor de la Santa Misa es el mismo valor infinito de la crucifixión de Jesús. Al mismo tiempo, la misa es banquete. Es realmente doble.
Dentro de ella se otorga el banquete de la palabra, al mismo tiempo que el banquete eucarístico. Nosotros, como seres humanos, nos alimentamos con la palabra de Dios, escuchada en sus lecturas bíblicas, con la sagrada comunión que se compone del cuerpo y la sangre de Cristo.
A su vez, la misa cumple con cuatro objetivos: adoración a Dios, agradecimiento por su ayuda, reparación de nuestros pecados y petición por nuestras necesidades, tanto físicas como espirituales. La misma fue instituida por Nuestro Señor en la última cena, el Jueves Santo, y el Viernes Santo se consumó el sacrifico en la cruz. Jesús, por supuesto, es el principal actor en la Santa Misa. El sacerdote es quien guía la celebración y consagra. Los fieles al señor se ofrecen con el sacerdote en las funciones que les correspondan.
Todos los católicos, desde los siete años de edad, tienen la obligación de asistir a misa todos los domingos. Y no sólo por ser una obligación, sino porque es nuestra forma de demostrar a Dios todo nuestro amor y enriquecer nuestras almas con los frutos de misa. Quienes la comprenden, intentan oírla diariamente, practicando las mayores oraciones y devociones católicas.
Dentro de la misa hay dos partes que la conforman como un todo: Liturgia de la palabra y Liturgia Eucarística. A su vez, la sagrada comunión recibida por el sacerdote es parte fundamental de la misa.
Dentro de las muchas utilidades de la misa, San Bernardo dice que merece más quien escucha en la misa las devociones y oraciones católicas, en gracia de Dios, que si peregrinara la gran inmensidad de todo el mundo, y que si diera a los pobres toda su propiedad, pero aún más el que celebra. El mismo santo dice, que aquel que escucha devotamente la misa merece tanto como si visitara todos los lugares santos de Jerusalén.
San Buenaventura, con otros padres, expresa que la santa misa es el conjunto de las maravillas que Dios ha creado con los hombres en la tierra. Por otro lado, San Agustín declara que si alguno escucha devotamente la Misa, alcanzará grandes auxilios que evitarán su caída en el pecado mortal, y se le perdonarán sus defectos y pecados veniales, así como sus imperfecciones.
Todos los pasos que damos para oír misa, son escritor y contados por nuestros ángeles, y por cada paso que demos, nuestro Dios nos otorgará un gran premio en esta vida mortal perecedera. Oír la misa y ver el Santísimo Sacramento, ahuyenta al demonio del pecador, ese que nos aleja de nuestro camino de la santidad. Más adelante, el mismo ángel continúa diciendo que quien oye la misa entera, no le faltará el alimento y sustento necesario para su cuerpo.
Al oír la misa no perdemos tiempo. Al contrario, ganamos mucho de él, por muy distraído y ocupado que esté el sacerdote en el santo sacrificio de la Misa. Adicionalmente, San Agustín dice: quien por los difuntos ora y oye misa, por sí mismo trabaja; de esta forma, el que ofrece por las almas aquello por lo que reza, por sí propio trabaja.
San Anselmo dice que una misa sobrepuja y llena en su totalidad la virtud de todas las oraciones en cuanto a la remisión de la pena y la culpa. Quienes desean escuchar una misa en vida, o dar limosna para que esta se celebre, aprovechan más que deja para celebrarlas al momento de su muerte.
Además, oír la misa nos ayudará a librarnos de peligros grandes y males que puedan aproximarse el día de la comunión. No existe ningún otro sacrificio por el cual las almas de los difuntos salgan y se libren de todas las penas del purgatorio, que por la sacratísima obligación y sacrificio de la misa. La pena de los vivos y los muertos se suspende en el proceso en el que la misa se dice, principalmente por las almas de aquellos por quienes el sacerdote ora y dice la misa.
Por las misas escuchadas y dichas con gran devoción, los pecadores se entregan a Dios, al mismo tiempo que las almas se libran de las penas merecidas por sus pecados, y los justos se conservarán en el camino recto de la justificación. Las misas celebradas en las iglesias son en donde se convierten los infieles a la fe de Jesús, las almas de las penas del purgatorio pueden ser liberadas y volver al cielo, y los justos afirman su gracia en Dios.
San Jerónimo dice que esas almas en las penas del purgatorio, por las cuales el sacerdote ruega en cada misa, no padecen ningún tormento en el proceso, mientras el santo sacrificio de la misa se celebra y ora por ellas. Él mismo dice que, cualquier misa que con devoción sea celebrada logrará liberar muchísimas almas de las penas del purgatorio, y a las que quedan dentro de él, se les disminuye considerablemente el dolor que allí padecen.
Adicionalmente, San Alberto el Magno establece que el santo sacrificio de la misa está increíblemente lleno de misterios, de tantos misterios como el mar de gotas, como el sol de átomos y como el cielo lleno de muchísimos ángeles.
El sermón 145 dice, que en la misa, quien contemple la pasión y la muerte de Jesús, al igual que lo antes mencionado, merecerá más que si anduviera peregrinando a pie descalzo en los lugares santos de Jerusalén, ayunara a pan y agua por un año y se azotara hasta derramar toda la sangre que corre por sus venas.
Según San Cipriano, el santo sacrificio de la Misa e como una medicina para sanar las peores enfermedades, y como un holocausto para purgar todas nuestras culpas y pecados. La celebración de la misa vale tanto como la muerte de Cristo en la cruz. Al asistir a la Santa Misa, las virtudes se aumentan, al igual que nuestra gracia.
Juan Bautista Mantuano dijo, que aunque Dios le diera cien lenguas, y con ellas una voz de acero imposible de gastarse, incluso no sería posible declarar y manifestar las utilidades, privilegios y grandes beneficios que ganamos al oír la misa. Es el mayor bien que se puede ofrecer a nuestras almas para liberarlas y sacarlas del purgatorio, permitiéndoles gozar de su santísima gloria. Más aprovecha para redimirse de una culpa o una pena, oír una misa que todas las oraciones de todo el mundo.
El Concilio de Trento exclama que por el santo sacrificio de la misa se aplaca Dios, y así permite la gracia y el don de penitencia. Este sacrificio es el sol de los ejercicios espirituales, el más poderoso, el corazón de la devoción, el alma de la piedad y el centro de la católica, manteniendo a todos sus creyentes unidos.
Por último, dentro de los beneficios y efectos que causa el sacrificio de la misa, así como escucharla, se destacan:
- Desarrollo de la capacidad para resistir a los malos pensamientos.
- Destrucción de los pecados.
- Mitiga el aguijón de la carne.
- Fortalece nuestra alma para luchar contra los enemigos.
- Perdona los pecados veniales.
- Purifica, limpia y purga el corazón.
- Nos impulsa a realizar buenas acciones por nosotros mismos y por los demás.
- Aumenta la castidad.
- Incrementa el fervor de la caridad.
- Nos da las fuerzas para sufrir las cosas adversas y atravesarlas, llenando nuestras almas de todas las virtudes de Jesús.
Significado de vestiduras y diferentes objetos de la Santa Misa
En primer lugar, el sacerdote que dicta la misa con sus vestiduras sagradas, representa a nuestro señor Jesucristo en su Sagrada Pasión. El lienzo o Amito que es colocado sobre su cabeza, refleja el asqueroso paño con el cual los soldados cubrieron los ojos de Jesús, dándole crueles bofetadas, mientras le decían “adivina quién te ha pegado”.
El alba representa la túnica blanca que Herodes hizo poner a Jesús, señalizando que lo tenía por ser loco. El cíngulo, tiene como significado la soga con la que fue atado Cristo en el huerto de Getsemaní cuando lo crucificaron. El manípulo representa la cuerda con la que fue atado a la columna cuando lo azotaron y torturaron.
La estola, por otro lado, nos recuerda la soga que le ataron en el cuello cuando lo llevaban como un miserable preso de un lado a otro. La casulla significa el manto púrpura que le pusieron cuando, con su corona de espinas, lo trataban como un rey falso y se burlaban de él. A su vez, el altar representa el Calvario. El Ara, significa la cruz en la que Jesús murió. Las corporales representan la sábana con la cual Nuestro Señor fue amortajado.
Además, el cáliz hace referencia al sepulcro en donde Jesús fue colocado después de muerto. Por último, la Patena, representa la losa con la que cerraron la entrada del sepulcro en donde yacía su cuerpo.
Colores de la liturgia
La liturgia tiene distintos colores y cada uno tiene un importante significado. En primer lugar, el morado simboliza la penitencia y la humildad. Es utilizado durante la cuaresma, la Semana Santa y en los cuatro domingos de Adviento. Por otro lado, el verde significa esperanza. Este término viene del latín “virde”, el cual se refiere a algo fresco, lozano o floreciente. Es utilizado en tiempo ordinario, es decir, los días en donde no se celebra el ministerio público de Jesús.
El blanco figura pureza y alegría. Es utilizado durante las fiestas navideñas, la pascua y fiestas de la Ascensión de Jesús y la Epifanía. Igualmente es utilizado en festividades en honor a la Virgen María, así como de los ángeles y santos que no fueron martirizados. El rojo, por otra parte, encarna el fuego, la realeza y la sangre. Es usado en la misa durante la Pasión y en los días durante los cuales se conmemoran las muertes de los mártires, los apóstoles y los evangelistas. También es usado en Pentecostés, representando el descenso del Espíritu Santo.
Cada uno de los colores mencionados guarda un especial e importante significado, su adecuado uso es vital durante la misa, de manera que las devociones y oraciones católicas dichas en ella sean expresadas de forma apropiada y respetada a nuestro Dios.
Los mandamientos de Dios
Los diez mandamientos de Dios, también conocidos como el decálogo, se tratan de un conjunto de normas o principios morales, éticos y de adoración. Forman una parte fundamental dentro de las religiones judía y católica. Incluyen varias instrucciones dentro de las cuales destacan adorar sólo a Dios y guardar el día de reposo. Igualmente figuran algunas restricciones en contra de la idolatría, asesinato, adulterio, robo, entre otros.
Las diversas religiones cumplen y siguen estas tradiciones de acuerdo a su forma de interpretar y enumerar los mandamientos. Los Diez Mandamientos de Dios aparecen dos veces en la biblia hebrea. Primero en los libros de Éxodo y luego en los libros Deuteronomio. Según la historia narrada en dichos libros, Dios escribió los mandamientos en dos tablas de piedra, las cuales otorgó a Moisés en el Monte Sinaí. De acuerdo con el relato, al bajar del monte, vio que el pueblo estaba adorando un becerro de oro. Frustrado y enfurecido al verlos, rompió ambas piedras.
Luego, pidió perdón a Dios por todo el pueblo, rogándole que sellara con él un pacto o alianza. Así, Dios le ordenó a Moisés toar dos lajas de piedra nuevamente, y los diez mandamientos de su pacto quedaron escritos en ellas, agregando que no se debe tolerar la desobediencia.
Los diez mandamientos de la iglesia católica son los siguientes:
Amar a Dios sobre todas las cosas, a pesar de cualquier circunstancia. Con esto nos referimos a que nuestro amor a Dios debe ser incondicional, en todo momento. No debemos acudir a él sólo cuando lo necesitamos algo de su parte. Diariamente debemos demostrar nuestro amor y devociones a él a través de nuestras oraciones.
No tomar el nombre de Dios en vano. El sentimiento tras este mandamiento es codificado en la oración del señor, la cual inicia de la siguiente manera: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre”. El papa Benedicto XVI exclamó que, cuando Dios reveló su nombre a Moisés, creó a su vez una relación con la humanidad. La encarnación significó el fin de un proceso que se había iniciado con la entrega del nombre divino.
El mismo Benedicto XVI afirma que lo mencionado puede causar que el nombre divino sea utilizado deformas inadecuadas. Este mandamiento no quiere decir que el nombre de Dios en la toma de juramentos solemnes administrados por la autoridad legítima no pueda ser utilizado, sin embargo, mentir bajo dichos juramentos, invocar el nombre de Dios para propósitos mágicos o expresar palabras de odio y rebeldía contra Él, se consideran pecados de blasfemia.
El tercer mandamiento es Santificar el día del Señor. Debemos hacer nuestros trabajos y cumplir con nuestras otras responsabilidades durante seis días, sin embargo, el séptimo debe ser totalmente entregado a Dios.
Aunque algunas denominaciones cristianas realizan algo similar a la práctica judía de observar el “sabbat”, el sábado. Sin embargo, casi todos los católicos y cristianos toman el domingo como un día especial, llamándolo Día del Señor. Esta práctica inició en el siglo I, teniendo sus orígenes en la creencia de que Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana.
Tertuliano fue el primero en mencionar el descanso dominical, diciendo que el día de la resurrección del Señor no sólo se debe no estar de rodillas, sino que cada postura y oficinas de solicitud debe cerrar, aplazando nuestros negocios para no dar un lugar al diablo.
Cuarto mandamiento. “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Este fortalece las relaciones familiares de generación en generación y prolonga nuestros días en la tierra. Dentro de él se hace explícita la conexión entre el correcto orden familiar y la estabilidad de toda la sociedad en general.
La familia es querida y protegida por Dios, pues el amor incondicional que ofrecen los padres a los hijos, junto a las enseñanzas de la iglesia, reflejan el amor del Señor y pasa la fe a cada hijo.
El quinto mandamiento, ordena de forma explícita “no matarás”. Dentro de este mandamiento se exige respeto por la vida humana, por nuestros hermanos, por el prójimo. De acuerdo a las escrituras, Jesús tomó la decisión de expandir el mandamiento, no sólo hablado del respeto hacia la vida humana, sino exigiendo igual a los cristianos y católicos a amar a sus enemigos y evitar la rabia sin causa alguna, el odio y la venganza. La base fundamental de la doctrina católica sobre este quinto mandamiento es la ética de la santidad de la vida, sin embargo, algunos filósofos como Kreeft, lo argumentan a lo opuesto a la ética de calidad de vida.
De acuerdo con este mandamiento, es necesario para vivir en paz, amarnos, entendernos y cuidarnos entre nosotros mismos. Pues sólo así, lograremos un mejor mundo y podremos demostrar nuestro amor y devoción hacia Dios. Este es uno de los mandamientos más importantes, pues el irrespetar la vida y matar al prójimo es considerado como un pecado capital. Nuestro amor hacia el Señor debe ser honesto, y al mismo tiempo nuestro amor hacia la vida de los demás y hacia nuestra propia vida, también. Esto es lo que demuestra el quinto mandamiento.
Este mandamiento incluye el respeto de toda vida humana, desde su concepción. La vida, desde su inicio, es fruto de la acción creadora de Dios y se encuentra siempre en una especial relación con el Creador. Sólo Dios es quien decide el inicio y fin de nuestras vidas. La iglesia afirma, a través de este mandamiento, que bajo ninguna circunstancia, nadie puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. En este caso, nos referimos al aborto.
Quitar la vida de un ser humano inocente de forma directa e intencional es considerado un pecado mortal. El asesinato de familiares, incluyendo el aborto e infanticidio, son crímenes y pecados más graves todavía, debido a los lazos naturales que estos rompen. Para la iglesia, la vida comienza en el momento de la concepción, y hace énfasis en que la integridad del embrión debe ser altamente protegida, cuidada y atendida médicamente dentro del alcance de sus padres, como con todo ser humano.
El aborto inducido fue condenado por la iglesia desde el siglo I. La colaboración formal en el aborto inducido, a su vez, ocasiona la pena de excomunión latae sententiae, por el hecho de cometer un delito. La sanción por parte de la iglesia no tiene como objetivo restringir la misericordia, sino dejar en claro la gravedad del crimen cometido y los irreparables daños hechos al niño, a sus padres y a la sociedad.
La colaboración formal en este hecho no sólo se extiende a la madre que se somete al aborto de forma voluntaria, sino a los médicos, enfermeros y auxiliares que participan directamente en la ejecución de este acto. La iglesia tiene muchas fundaciones dedicadas a las personas que desean confesar y arrepentirse por su participación en este tipo de actos, ayudándolos a redimirse y a entregarse por completo a Dios, cumpliendo con todos sus mandamientos y evitando hacer daño al prójimo y a sí mismos.
La iglesia católica de Estados Unidos, por otra parte, tiene una sección específica en cuanto a la fecundación in vitro, células madre embrionarias y clonación dentro de la explicación el quinto mandamiento. En muchos casos, este tipo de técnicas incluyen la destrucción de embriones humanos, lo que es considerado por la iglesia como una forma de asesinato gravemente pecaminoso.
En este caso, para la iglesia católica, las investigaciones científicas con células madre embrionaria se consideran como un medio inmoral para un buen fin, y son moralmente inaceptables. El quinto mandamiento también prohíbe el suicidio, incluyendo la eutanasia, es decir, el suicidio asistido, incluso si este se aplica para eliminar el sufrimiento del individuo.
Los cuidados normales de alguien que enfrenta una muerte inminente no deben ser retirados o interrumpidos bajo ninguna circunstancia. Los cuidados normales se refieren a la comida, agua y alivio del dolor. Estos no incluyen tratamientos extraordinarios, que son las intervenciones médicas inadecuadas para el enfermo. Se consideran inapropiadas, pues no proporcionan los resultados esperados, debido a que pueden ser muy graves e invasivas, causando mayor dolor a los enfermos y a sus familias.
Por lo tanto, en situaciones de muertes inevitables, lo moralmente adecuado es permitir que los enfermos terminales mueran de forma natural y renuncien a tratamientos extraordinarios, en caso de que estos den sólo un prolongamiento precario y penoso de la vida del enfermo, además interrumpiendo sus cuidados normales habituales.
Por otro lado, la iglesia católica apoya la práctica de cuidados paliativos, dentro de ellos el uso de analgésicos y sedantes que puedan aliviar el dolor del enfermo, acortando su vida, siempre y cuando la muerte no sea querida, ni como fin ni como medio, sino prevista y tolerada como inevitable.
Con respecto a la pena de muerte
Durante los primeros 200 años de estos mandamientos, los religiosos se negaron a matar en el servicio militar, en defensa personal o dentro del sistema judicial. Sin embargo, aún no existía ninguna posición oficial por parte de la iglesia en lo que a la pena de muerte respecta. Cuando la iglesia fue reconocida oficialmente como una institución pública, su posición en cuanto a la pena de muerte fue de tolerancia, no de aceptación absoluta.
De igual modo, la pena de muerte era apoyada desde los primeros teólogos católicos. Ambrosio de Milán, impulsaba a los miembros del clero a anunciar y ejecutar la pena de muerte. Por otro lado, Agustín de Hipona respondió a las objeciones dentro del quinto mandamiento en su libro De Civitate Dei.
Varias figuras importantes dentro de este ámbito también argumentaron que las Sagradas Escrituras apoyan a las autoridades civiles a ejecutar la pena de muerte, pues lo consideran como un acto de justicia y no de odio. A su vez, debe ser ejecutado con prudencia y sin precipitación. Es importante tener en cuenta que la iglesia no condena ni promueve la pena capital, pero la tolerancia hacia ella a fluctuado con el pasar de los siglos.
En el año 2018, la iglesia católica expresó su opinión al respecto, estableciendo que la pena de muerte es inadmisible, pues atenta contra la dignidad del hombre. A la luz del Evangelio, la pena de muerte es considerada como un ataque hacia la inviolabilidad y dignidad de la persona, lo cual no es correcto, sin importar las circunstancias por las cuales esta se practique.
No cometerás adulterio. Así dice el sexto mandamiento. De acuerdo a la iglesia católica, los humanos somos seres sexuales. Nuestra identidad sexual, sin embargo, se extiende más allá de nuestro físico; involucrando también la mente y el alma. Los sexos están destinados por designio divino para ser diferentes y complementarse, con igual dignidad, hechos a la imagen y semejanza de Dios.
Los actos sexuales son sagrados dentro de la relación conyugal. Por lo tanto, los pecados sexuales no violan sólo el cuerpo, sino también el ser de la persona. En su libro Cruzando el Umbral de la Esperanza, Juan Pablo II hizo una reflexión al respecto. En ella, explica cómo los jóvenes siempre se encuentran en la búsqueda de la belleza del amor, quieren que su amor sea hermoso.
Sin embargo, si ceden ante las debilidades, imitando modelos de comportamiento que podrían ser fácilmente clasificados como un escándalo, en lo más profundo de su corazón lo que realmente quieren es un amor puro. Nadie puede concederles un amor así, sólo Dios, Por lo tanto, deben estar dispuestos a seguirlo, sin mirar los sacrificios que eso pueda suponer.
Al igual que el judaísmo ortodoxo y el Islam, la iglesia católica considera como pecados mortales todos los actos sexuales que hayan ocurrido fuera del matrimonio. La gravedad de este pecado excluye al pecador de la comunión sacramental hasta que este se arrepienta y sea absuelto a través de la confesión sacramenta.
Las enseñanzas de la iglesia con respecto al sexto mandamiento incluyen las lecciones y discusiones profundas sobre la castidad. Este término se refiere a una virtud moral, un don de Dios y un fruto del trabajo espiritual. La iglesia percibe las relaciones sexuales como algo mucho más profundo que el acto y placer físico, pues este también afecta el alma. Es por ello que la iglesia católica enseña que la castidad es una virtud que todas las personas son invitadas a conquistar y adquirir.
Este término se define como la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual, así integrando adecuadamente la sexualidad humana dentro del individuo, con su naturaleza entera. Si se quiere adquirir esta virtud, los católicos son incentivados a ingresar en el trabajo largo y exigente del autocontrol, ayudado por los amigos, la gracia de Dios, maduración y educación, siempre respetando las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
Por otro lado, la iglesia católica clasifica las violaciones al sexto mandamiento en crímenes contra la castidad y crímenes contra la dignidad del casamiento. En primer lugar, se enlistan los crímenes contra la castidad en orden creciente de gravedad.
Son los siguientes:
- Lujuria: el placer sexual es positivo y es creado por Dios. Los cónyuges deben experimentar la satisfacción del cuerpo y también del espíritu. Sin embargo, la lujuria no significa placer sexual, sino un deseo descontrolado o gozo de placer sexual rebelde. Es el deseo sexual fuera de su finalidad de procreación y de la unión del hombre y la mujer en cuerpo y alma.
- Masturbación: se define como la excitación voluntaria de los órganos genitales, con el único objetivo de obtener un placer venéreo. Es considerado pecado por los mismos motivos que la lujuria, sin embargo, se considera más grave porque involucra un acto físico en lugar de un acto mental.
- Fornicación: es la unión carnal de un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Se considera lo contrario a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, pues es un escándalo y causa corrupción a los jóvenes. No está ordenado para el bien de los esposos, ni para la educación de hijos.
- Pornografía: consiste en hacer públicos los actos sexuales de los protagonistas, ya sean reales o simulados, para exhibirlos ante grandes cantidades de personas de forma deliberada. Es ofensiva para la castidad, pues desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Igualmente atenta de forma grave contra la dignidad de quienes se dedican a ella, ya que cada uno de ellos pasa a ser objeto de placer y de ganancia ilegal para otros. Al mismo tiempo, introduce a quienes la ven en una ilusión de un mundo ficticio.
- Prostitución: es una falta grave tanto para la prostituta como para el cliente, pues reduce al ser humano a un simple objeto de placer sexual, al mismo tiempo violando la dignidad humana y poniendo en riesgo a la sociedad. La gravedad del pecado es menor para aquellas mujeres que se someten a la prostitución por chantaje, miseria o presión social.
- Violación: es un acto intrínsecamente negativo, pues causa daños graves y marca a la víctima de por vida, ofendiendo con violencia y profundamente el derecho de cada quien a la libertad y a la integridad moral y física. Se considera más grave cuando el acto constituye incesto, o cuando es violación ejecutada por educadores contra niños que son confiados a ellos.
Dentro de los crímenes contra la dignidad del matrimonio, se encuentran el adulterio y el divorcio.
El adulterio designa la infidelidad conyugal. Cuando dos personas establecen entre sí un acto sexual y uno de los dos, o ambos son casados, aunque la relación sea efímera, cometen adulterio. La iglesia católica considera el adulterio un pecado mayor a la fornicación, pues involucra personas casadas. Kreeft afirma que el adulterio no es un pecado contra uno mismo solamente, sino contra la sociedad, el cónyuge y sus hijos, además dañando su cuerpo y alma.
Por otro lado, el divorcio se considera una ofensa grave contra la ley natural. Este acto busca romper el contacto firmado de manera voluntaria por los esposos de vivir el uno con el otro hasta la muerte. El divorcio es una injuria en contra la alianza de la salvación, del cual el matrimonio sacramental es señal.
De acuerdo con la biblia, Jesús de Nazareth, dice que no es lícito que el hombre, despidiendo a su esposa, se case con otra. Tampoco es legítimo que otro tome como esposa a una que se divorció de su marido. Jesús consideraba el divorcio como una acomodación, una tolerancia infiltrada en la ley judía.
La iglesia, por otra parte, da la enseñanza de que la unión de un matrimonio fue creada por Dios y hecha para ser indisoluble, al igual que la creación de un niño, pues este no puede ser “des creado”. El vínculo matrimonial de una sola carne no puede ser roto jamás. A su vez, afirma que de ser roto este vínculo, el cónyuge se verá envuelto en una situación de adulterio permanente, aumentando la gravedad de la ruptura y el pecado.
Adicionalmente a estas dos grandes ofensas a la dignidad del matrimonio, otros elementos como la poligamia, el incesto y la unión libre como el concubinato y la unión de hecho, son también consideradas como pecados e incumplimientos del sexto mandamiento.
El séptimo mandamiento indica que no debemos robar. Dentro de él se regulan los bienes materiales, prohibiendo usurpar, usar, causar daño o tomar injustamente los bienes que pertenezcan a otra persona contra su propia voluntad. De esta forma, se establecen requisitos sobre las personas que poseen bienes mundanos para que puedan utilizarlos de forma responsable, teniendo siempre en cuenta el bienestar común.
El catolicismo aborda el concepto de la creación de Dios dentro de la explicación de este mandamiento y prohíbe el abuso de los animales y del medio ambiente. Por otra parte, la iglesia católica establece que cada individuo tiene derecho a la propiedad privada. Sin embargo, la propiedad hace de esa persona un administrador, que debe hacer su propiedad fructífera o rentable de una forma en la que beneficie a los demás, después de que el dueño haya cuidado a su familia.
La propiedad privada y el bien común son elementos complementarios, que existen con el objetivo de fortalecer a la sociedad. Se debe tener en cuenta que la incautación de una propiedad privada de otra persona no es visto como pecado o robo si existe una necesidad obvia y urgente, siendo la única manera de satisfacer las necesidades inmediatas y esenciales como alimentos, vivienda o ropa.
El concepto de que los esclavos también son propiedad privada es condenado por la iglesia, pues la esclavización es considerada como un acto de robo y violación de los derechos humanos, convirtiéndose en uno de los peores pecados.
En cuanto a la justicia social, la encíclica papal Rerum Novarum, discute las relaciones y deberes recíprocos de los trabajos y el capital, además del gobierno y sus ciudadanos. Una de las preocupaciones principales con respecto a esto, fue la necesidad de mejorar, combatir la miseria y aliviarla, pues presiona a la mayoría de la clase trabajadora de manera injusta.
La encíclica, a su vez, apoyó el derecho de formar sindicatos de trabajadores, rechazó el comunismo y el capitalismo sin restricciones y, por último, reafirmó el derecho de todos los ciudadanos a poseer su propiedad privada. Esta interpretación del séptimo mandamiento enseña que los empresarios deben equilibrar sus deseos de lucros que garanticen un buen futuro para la empresa y el bien de los empleados.
Los dueños de empresas, adicionalmente, tienen la obligación de pagar a sus trabajadores un salario justo que les alcance para vivir de manera digna, honrar los contratos y evitar actividades deshonestas, como el soborno de funcionarios públicos.
Al mismo tiempo, los trabajadores están obligados a realizar sus deberes de forma consciente y correcta, como lo estipula su contrato, evitando la deshonestidad en el ambiente de trabajo, como el uso de material de la empresa para uso personal sin permiso del encargado.
Es necesario que exista un equilibrio entre las normas gubernamentales y las leyes del mercado. La iglesia considera que la dependencia exclusiva del mercado o del capitalismo puro, no es suficiente para subir las necesidades humanas en su totalidad, mientras que confiar en la regulación del gobierno, o socialismo puro, pervierte la base de todos los vínculos sociales.
De igual manera, la iglesia no rechaza ni el capitalismo ni el socialismo, pero sí advierte contra los excesos de cada sistema, pues dan lugar a la injusticia con los ciudadanos. Adicionalmente, la iglesia enseña que las naciones y personas con mayores recursos, tienen la obligación moral de ayudar a las naciones y personas más pobres, trabajando a su vez para reformar las instituciones financieras, buscando el beneficio económico de toda la población.
Con este mandamiento, se busca mantener el orden social, así como el equilibro entre el ámbito laboral y el ámbito cotidiano, siempre buscando que cada individuo reciba una cantidad justa de bienes, evitando la miseria y la injusticia.
El octavo mandamiento de Dios exige no mentir o levantar falsos testimonios. La Iglesia nos enseña que una vez que Dios es real, los miembros du pueblo deben vivir en la honestidad, mientras testimonian la verdad revelada por Cristo. Es por ello que las violaciones y ofensas a la verdad son consideradas como pecados. Estas poseen diferentes niveles de gravedad, de acuerdo a las intenciones de quien comete el pecado y los daños causados a raíz de él.
Los diferentes niveles de delitos o violaciones a este mandamiento son falso testimonio y perjurio, juicio temerario o precipitado, maledicencia, calumnia, halago, adulación o complacencia; vanagloria, presumir o burlarse, y, finalmente, la mentira.
El falso testimonio y perjurio se refiere a declaraciones realizadas de forma pública ante un tribunal por obstruir la justicia, condenando a inocentes o exonerando a culpables, incluso aumentando la pena del acusado.
Por otra parte, el juicio temerario o precipitado consiste en creer y admitir algo como verdadero, sin tener las pruebas suficientes, divulgando falsos testimonios que acusan a otros de los defectos morales.
La maledicencia se refiere a la difusión de defectos o fallas de terceros a personas que no hacen caso de ello, sin una razón justa u objetivamente válida. Por otro lado, la calumnia significa mentir para dañar la reputación de un individuo, otorgando a los demás múltiples oportunidades para que otros puedan juzgar de forma errónea a la persona calumniada.
El halago, la adulación o complacencia, alienta los actos maliciosos de otra persona y su conducta. Puede ser, adicionalmente, un discurso cuyo objetivo es engañar a otros para beneficio personal. Dentro de la siguiente violación al mandamiento se encuentra la vanagloria, presumir o burlarse, lo cual consiste en un discurso en el que la persona sólo se honra a sí mismo y deshonra a todos los demás.
Por último, la mentira es decir algo que es falso con la simple intención de engañar. Es por eso la ofensa más directa a la verdad, ya que la contradice. El Catecismo establece que la mentira, al deteriorar la relación del hombre con la verdad y el prójimo, ofende profundamente la relación de los hombres con la palabra del Señor.
Adicionalmente, la iglesia católica exige que los que han dañado la reputación de otros, deben reparar las falsedades que han comunicado. Sin embargo, la iglesia también enseña que cada individuo tiene derecho a la privacidad, por eso no hay necesidad de que una persona revele una verdad a quien no tiene derecho a saberla.
Los padres tienen estrictamente prohibido revelar el secreto de la condición, sin importar la circunstancia, gravedad del pecado o impacto en la sociedad. Cualquier padre que incumpla con dichas normas, incurre en excomunión latae sententiae. Dentro de las enseñanzas de este mandamiento se incluye el requisito de que los practicantes den testimonios de su fe inequívocamente en situaciones que lo requieran.
El noveno mandamiento prohíbe consentir pensamientos o deseos impuros. Tanto este como el décimo mandamiento hablan sobre la codicia, la cual es una disposición interior y no un acto físico. La Iglesia católica distingue entre la codicia de la carne (deseo sexual por otras personas) y la codicia de los bienes materiales.
Según los textos de la biblia, Jesús hizo gran énfasis en la necesidad de que todos tengamos pensamientos puros, así ejerciendo acciones puras. Al mismo tiempo, afirmó que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella dentro de su corazón. Por otro lado, el catecismo afirma que, con la ayuda de la gracia de Dios, los hombres y mujeres tienen la obligación de superar la lujuria y otros deseos carnales, como las relaciones pecaminosas de un cónyuge con otra persona fuera de su matrimonio.
Para realizar dicha tarea con éxito, la pureza del corazón es una cualidad fundamental. Las habituales oraciones y devociones católicas contienen pedidos para obtener esta gran virtud. La iglesia católica identifica varios Dones de dios que ayudan a mantener la pureza en una persona. Por ejemplo:
- Castidad: permite a las personas amarse con un corazón recto y unido.
- Pureza de intención: procura cumplir la voluntad de Dios, sabiendo que sólo Él puede llevar a los hombres a su verdadero fin y objetivo.
- Oraciones y devociones católicas, a través de las cuales se reconoce el poder de Dios de conceder a las personas la capacidad necesaria para superar los deseos sexuales.
- Modestia y pudor corporal de los sentimientos: implica la discreción total en la elección de las palabras y la forma de vestir.
Según las escrituras de Jesús, son bien aventurados aquellos que tienen un corazón puro, pues ellos podrán ver a Dios. La pureza el corazón, que se introduce en el noveno mandamiento, es la condición previa para que los santos vean a Dios en persona. Esta forma de ver las cosas, le permite a todos aceptar unos a otros como un prójimo, comprendiendo el cuerpo humano como un templo del Espíritu Santo y una manifestación de la belleza divina.
Hay una conexión entre la pureza del corazón, el cuerpo y la fe. Los puros de corazón ponen el intelecto y la voluntad según las exigencias del Señor, principalmente en áreas como caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor a la verdad y la ortodoxia de la fe.
El décimo mandamiento habla de la avaricia y la codicia. Dice “no codiciarás los bienes ajenos”. El objetivo principal de este mandamiento es el desprendimiento de las riquezas, pues de acuerdo al catecismo, es necesario ese desprendimiento para la entrada en el reino de los cielos. La codicia es prohibida por el décimo mandamiento, ya que es considerada como la raíz del robo, el fraude y la rapiña, que están prohibidos en el séptimo mandamiento. Además, puede llevar a la violencia y a la injusticia.
La iglesia define la codicia como un deseo desordenado, el cual puede asumir formas distintas. En primer lugar, se encuentra la avaricia, un deseo inmoderado y excesivo de obtener todo lo que no se necesita. A continuación, se encentra la envidia. Esta es uno de los siete pecados capitales, consiste en un deseo inmoderado de querer apropiarse el bien ajeno.
La envidia es una actitud que nos llena de tristeza y frustración cuando vemos la prosperidad del otro. La iglesia la considera un pecado diabólico por excelencia. De ella nace el odio, la calumnia, la difamación, la alegría causada por el mal del otro y el disgusto provocado por la prosperidad de otros.
Un mal deseo puede ser superado por un deseo bueno que sea más fuerte. Esto puede conseguirse a través de la buena voluntad, humildad, gratitud y confianza plena en la gracia de Dios. Por otro lado, existen dos tipos de pecados: los pecados veniales y los mortales.
Para que un pecado sea mortal, existen tres condiciones: faltar a uno de los diez mandamientos, debe ser cometido con pleno conocimiento y que no haya sido cometido bajo la presión de terceros o de circunstancias.
El pecado venial es una infracción leve. Sin embargo, deteriora la relación con Dios y dispone en mayor grado al individuo a cometer un pecado mortal más adelante.
Oraciones y devociones católicas
Las oraciones y devociones católicas permiten a todos los creyentes mejorar y fortalecer su relación con Dios, demostrando que su amor hacia Él es incondicional. Debemos orar todos los días, pues como mencionamos anteriormente en este artículo, la oración es una práctica fundamental para alejarnos de los malos caminos, evitando cometer pecados veniales o mortales, además del incumplimiento de los diez mandamientos de Dios.
Es por ello que en este apartado del artículo te hablaremos sobre algunas de las oraciones y devociones católicas mayormente utilizadas y más poderosas.
Gloria in excelsis
Gloria in Excelsis Deo, también llamado doxología mayor, es considerado como un himno litúrgico. A menudo es cantado en forma semisilábica, formando parte de las piezas obligatorias de la misa, tanto en las liturgias católicas como en las ortodoxas.
El Gloria es un himno antiguo y venerable. A través de él, la iglesia congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero. El texto inicia con las palabras que los ángeles usaron para dar el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores, extraídas de la Vetus Latina.
La Vulgata latina, a su vez, usa altissimis, que generalmente quiere decir “en lo más alto”, pero en sentido físico; en lugar del excelsis, que significa superior, elevado, o lo más alto, usaso por la Vetus Latina. La oración o himno sigue con versos añadidos con el objetivo de crear una doxología propia. El testo original griego tiene un origen bastante lejano en la historia de cristianismo.
Una nueva adaptación del texto apareció en el siglo III, posiblemente antes. La versión más larga, usada por la iglesia ortodoxa griega está datada en el siglo IV, sin embargo, no es la forma habitual en la que se canta en el resto de las liturgias cristianas, pues en estas se utilizan formas devenidas del latín, que añade las expresiones Tu solus altissimus y Cum sancto Spiritu.
Los ortodoxos griegos concluyen el himno con la siguiente frase “todo el día lo adoraré y lo glorificaré, por siempre y para siempre”. Continúa con diez versos más, provenientes de los salos, el Trisagio y el Gloria Patri. Esta oración es utilizada en las iglesias, con el objetivo de demostrar nuestro amor profundo a Dios, expresando a través de palabras nuestra gran devoción hacia Él, todos juntos como uno solo, justo como Él manda.
Oración de la sangre de Cristo
Una de las oraciones y devociones católicas más poderosas es la oración a la sangre de Cristo. Esta lleva a adorar al Señor Jesús, reconociendo el valor de su sacratísima sangre con gratitud y amor. La carta apostólica Inde a Primis del Papa Juan XXIII trata sobre esta oración, sobre el incremento del culto a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
La Iglesia instituyó la fiesta litúrgica en honor a la sangre de Jesucristo el primero de julio. Actualmente, invita a seguir esta maravillosa tradición de ensalzar la dignidad de su sangre durante el mes de julio. La catedral de Westminster está dedicada a esta festividad.
Este tipo de celebraciones y oraciones católicas tienen como objetivo enfocar la atención y la fe en el misterio del amor de Dios encarnado, recordando que Cristo, derramando su sangre, nos ofreció y sigue ofreciendo su amor, como fuente de reconciliación y principio de nueva vida en el Espíritu Santo.
En los textos bíblicos está establecido que hemos sido rescatados con una sangre preciosa, la de Cristo. San Pablo dice que, para ser libres, nos liberó Cristo; y esa libertad tiene un alto precio, que es la vida y la sangre del redentor. La sangre de Cristo es el precio que Dios pagó por librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.
Su sangre es la prueba irrefutable del amor de Dios Trinidad a todo hombre, sin excluir a absolutamente nadie. La devoción a la sangre de Cristo es un acto de amor y respeto al misterio insondable del Amor y de la misericordia Divinas. La Iglesia conmemora el misterio de la sangre de Cristo en diversas celebraciones, como por ejemplo, la Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor, el Corpus Christi. La oración a la Sangre de Cristo es un homenaje a todos los sacrificios que hizo Jesús por nosotros, por la humanidad, desde el amor y la compasión.
Esta oración es frecuentemente utilizada para casos difíciles, como problemas emocionales, enfermedades, situaciones de sufrimiento para el ser de forma espiritual, entre otros.
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